Amiga Filistea de sansón..
Manoa observaba a la gente y lo que hacían, pero no decía nada. La
madre también miraba todo, callando;
pensaba que la región donde vivía en Israel, tan distinta a esta, le
daba paz y silencio, esa tierra le ofrecía fortaleza y seguridad todos los días
y por eso la amaba.
Caminaron dos horas por varias calles, hasta que Sansón llevó a sus
padres al albergue para que descansaran ahora si, mucho rato
Les dijo “Quiero salir otra vez porque necesito conocer bien la ciudad;
acuéstense y descansen que yo ahora vengo”. “No te demores hijo estaremos
esperándote”, dijo la madre.
Salió Sansón.
Primero caminó por muchas calles
solas entre las que pasaba un viento caliente y pegajoso, entró a las galerías.
Vio vigilantes, guardando las mercancías de los ladrones que eran muchos a esa
hora. La luz era escasa y como notó actitudes sospechosas, salió rápido a visitar
los templos, iluminados por faroles. Tenían las puertas abiertas. Adentro había
gente de rodillas, adorando los monumentos de madera, de plata y bronce y pensó
“Los sacerdotes ocultan las verdades, enseñan a la gente solo lo que a ellos
les conviene”. Fue a los altares donde percibió aromas de incienso. El ambiente
era tranquilo y se sintió bien, quedándose un rato allí, procurando comunicarse
con las poderosas fuerzas de la naturaleza que él continuamente invocaba para
encontrarse con el Uno.
Cuando salió, caminó por tres calles muy empolvadas, con casas grises y
monótonas, escuchó chirridos de chicharras entre algunas piedras blanquecinas, y
el rasgar de otros bichos que no logró ver, por la oscuridad que había. Al
terminar de andar esas tres calles, se encontró de frente con una guarnición militar,
esa si, bien iluminada por grandes antorchas que echaban humo espeso y negro. En
un patio grande de suave arena color amarillo rojizo, rodeado de columnas
blancas, decenas de hombres sudorosos y con taparrabo, practicaban el
lanzamiento de la lanza y el uso de la espada. Maniobraban con las redes y la
jabalina. Eran rudos, fornidos, musculatura enorme. Respiraban poderosos. El
jefe militar obligaba a los soldados hasta la debilidad o hasta la muerte, porque necesitaban hombres forzudos, ágiles,
insensibles al dolor.
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