jueves, 22 de abril de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 12 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Los Sutagaos. Tribu de corta estatura y narices anchas. Ojos pequeños, marrones. Tenían mandíbulas pronunciadas que los hacía parecer feroces, temibles. Fabricaban narigueras de elementos naturales, y narigueras de oro adornadas de piedras preciosas obsequiadas a los caciques vecinos, a los hombres y mujeres importantes de la región como las princesas y las mujeres de los brujos y de los chamanes. Traían para Tulima la nariguera mas bella y mas valiosa guardada desde hacía quinientos cuarenta y tres años en un cofre de esmeralda fabricada en las tierras de Muzo. tiempo atrás se la regaló la diosa Bachué en una visita que les hizo buscando el pájaro de mil colores
Tulima lo miró con deleite. Recordó haber visto ese cofrecito en la choza de un brujo sabio a las orillas de la laguna de Guatavita hacía mas de cuatro mil años en un encuentro que tuvo allá con otras diosas del impero de columbus cuando apenas empezaban a formarse los hombres de éstas regiones. Sonrió mirando a Yexalen con picardía, sonrió también a los Sutagaos y se lo pasó a la joven para que lo guardara en el costal que Ibagué sostenía encima de su caballo.
Ahí venían otros en caravana en una danza ritual entre cánticos lúgubres y guturales: "Oh, oh, oh, oh diosa Tulima sea nuestra protectora por siempre. Oh, oh, oh, oh diosa Tulima no nos olvide", cantaban en coro y con la cabeza agachada se inclinaban frente al blanco elefante donde la divina doncella les ponía atención mientras el viento pasaba fuerte. Había una fiessta de colores en sus ropas y en sus caras y mucho barro del camino en sus pies. Eran los Yalcones de ojos color miel. Se ocupaban, despues de danzar bajo el ritmo de tambores y de adorar el sol alrededor de las fogatas, en la fabricación de tobilleras de oro, plata y bronce en incandescentes hornos de barro que nunca apagaban. Habían llegado bailando concentrados y serios, golpeando el hielo con las puntas de gruesas varas de madera mientras entraban en una especie de trance que los transportaba a estados de amplia conciencia. Eso les permitía ver las cosas con claridad y discernimiento. Le traían a Tulima una tobillera de oro con seis esmeraldas acuñadas formando signos y emblemas de la tribu.
Otra tribu parecida a la de los Yalcones por sus costumbres y sus actitudes, eran los Pantágoras, gente dedicada a la meditación y a la reflexión en los bohios, debajo de los árboles y a la orilla de los ríos para conseguir el poder y la sabiduría. Desfilaban con antorchas prendidas de luces azules y verdes movidas furiosamente por el viento del oeste, rabioso, arremolinante. Barría pedazos de hielo en el nevado blanco y traslúcido. Tenían adornados los brazos con plumas de pájaros exóticos y en el cuello llevaban collares de pepas de los bosques. Le dieron a Tulima una pirámide de barro fino con cuatro esmeraldas en la base, redes de plata y bronce, y un diamante en el vértice. Uno de ellos levantó la voz diciéndole a la diosa: "Por esa pirámide, divina mujer, muchos hombres y mujeres han conseguido la luz. Sabiéndola usar, dá el poder sobre las cosas y sobre los hombres". Ella contestó: "Si, gran mensajero. He oido hablar de eso. Esta pirámide la tendré a mi lado, así no olvidaré la relación con el universo". Y agarrándola la miró atenta, devolviéndosela al cacique para que la acomodara en el costal.

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