lunes, 12 de abril de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 6 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Aunque los doce mil Panches tenían puestas las ruanas pagadas con polvo de oro a los habitantes de Murillo, se estremecían de frío. Por eso fue que el cacique Ibagué gritó de pronto, parándose en una roca alta donde el pueblo lo veía "Ahora avanzaremos con paso rápido, nos descolgaremos por las trochas y los abismos. Amarren fuerte los bultos de oro y acomoden las ollas de las piedras preciosas una a cada lado en el lomo de las mulas. No se demoren y vámonos porque éste frio nos va a congelar".
Saltó de la roca encaramándose en su caballo que pateaba el hielo con sus cascos de bronce. De los ojos le saltaban chispas azules cayendo al hielo y derritiéndolo. Las crines y la cola no eran de pelo sino de plumas, semejantes a las plumas de las guacamayas. Cuminao resopló dando cabriolas descompuesto por algo raro que olfateaba. De pronto se levantó en las patas, relinchando soberbio, haciendo que el indio se pusiera alerta para no derrumbarse.
Sin explicarse, el hielo entre el cacique y su pueblo se rompió en pedazos formando un cráter por el que salió una bella mujer. Estiró los brazos y levantó las manos saludando al pueblo mudo frente a tal belleza aparecida de ese modo. Era la diosa Tulima, el espíritu de los nevados surgiendo de la nieve.
Se elevó quince metros en el aire de esa hora, entre el silencio del pueblo. Extrañamente los guerreros sintieron tibieza.
La diosa navegó encima de la gente en un deslizamiento prodigioso. de pronto se quedó quieta y dijo: "Pueblo Panche, esta tierra en la que ustedes vivirán, se llamará Tolima, en recuerdo de éste encuentro".
Las mulas asustadas por la voz, se movían nerviosas, relinchaban frenéticas tirando coces. Cuminao, el caballo del cacique Ibagué, se paró en sus patas lanzando un relincho como el último de su vida. Con el cacique en su espalda arrancó a correr alrededor del pueblo y de la mulería quizás por el inesperado calor y la luminosidad de la diosa que lo enceguecía y asfixiaba. El caballo se metió entre la muchedumbre derrumbando todo entre una loca algarabía. Miles de mulas no paraban de relinchar con los ojos desorbitados, mientras de los ojos del caballo Cuminao salían chispas azules en una caída quemante evitada por los indígenas para no incendiarse.
Tulima seguía en su navegación como un sol. No se podía mirar por tanta luz que tenía. En ese desorden el pueblo vio el cielo llenándose de pájaros revoloteando en la luz rosada de la diosa. Las mariposas también llegaron en una danza de colores, aleteos y sonidos. Rodearon a Tulima parándosele en los brazos, en el vestido, en la cara, en la cabeza formando nubes que los panches miraban callados.
Para completar, el caballo Cuminao y las mulas se sentaron en el hielo, parando las orejas, abriendo mucho los ojos, resoplándo y erizándose.
El nevado, raramente se llenó de gacelas y leopardos venidos del sur.
Los Panches vieron leones de melena roja, elefantes blancos, cocodrílos de tres lenguas y solo un ojo en la frente y serpientes transparentes. Esa caravana llegó a conocer a la divina mujer que ya había bajado dejándose tocar de la gente. Se peleaban por estar cerca de la aparición.

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