sábado, 1 de mayo de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 20 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Mientras tanto Ibagué buscaba a su amiga Yexalen gritando "Yexaleeennn, Yexaleeeenn, Yexaleeeenn, donde estáaaaa?" y los Pijaos viéndolo tan nervioso, la buscaron encontrándola acompañada de otras mujeres arriba en las rocas, le dijeron que su amigo la llamaba, y arrancando a correr, fué a donde el estaba. El cacique se alegró de verla, quedó tranquilo junto a ella, alejándose del monstruo que le parecía inofensivo pero alocado.
Los paquidermos levantaron los mocos, corriendo al encuentro del señor del poder y de la fuerza que también había levantado el moco, inflando el pecho. Le había dado fuerza a los músculos estirando los brazos y gritando delante de miles de hombres y mujeres que lo miraban sin decir nada. La manada venía hácia el, y él también iba, hasta quedar de frente. Entonces los animales se inclinaron doblando las patas en señal de respeto. El gigante caminó tocándolos en los lomos y diciéndoles cosas al oído. Ahí el elefante de la diosa Tulima alzó la cabeza y le dijo: "Señor nuestro, la deidad del nevado, la divina Tulima se está alistando para llegar aquí con otros dioses y jefes indios que quieren conocer al pueblo Pijao. Los esperaremos y los traeremos". "Bien, bien. Ustedes saben lo que deben hacer", le respondió el señor del poder y de la fuerza llegando a donde habían quedado los cadáveres de las bestias. Agachándose levantó un león en una mano, diciendo: "Vengan y limpien ésto. La caverna debe estar lista para recibir a los dioses y a los jefes indios". Los paquidermos se acercaron levantando los cuerpos de las bestias que empezaban a coger mal olor, trasladándolas a algún lugar desconocido. Al terminar, desaparecieron. El gigante también desapareció, atravesando las paredes.
Ya solos, los Pijaos quedaron tranquilos. Las mulas se recostaron en la arena porque los bultos de oro y las piedras preciosas pesaban mucho en sus costillas.
El pueblo no tenía hambre, ni cansancio, ni sueño.
De pronto apareció la diosa Tulima en una navegación suave y silenciosa. La multitud gritaba "Diosa Tulima, diosa Tulima, gracias por volver". Nadie entendía como navegaba sin caerse. La miraban fascinados.
Bajó a las rocas buscando una que fuera alta y cómoda. La encontró fácil, sentándose y dándose cuenta que ahí podía verla todo el país Pijao.
Desde el fondo, entre gritos, silbidos y entre el relincho de las mulas, fueron apareciendo los elefantes blancos con gente en sus espaldas. Andaban despacio encima de la arena y los pedruscos. Esos visitantes venían con vestiduras llamativas, con coronas brillantes, con plumas exóticas, con túnicas reales, sandalias de finos cueros, cetros del poder . . .

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