martes, 4 de mayo de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 22 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Como la diosa no se envejecía sino que cada día estaba mas bella, con una voz susurrante y con un cuerpo delicioso, se enamoraron empezando a hacer el amor hasta cinco y mas veces al día contra los tallos, en las ramas altas junto a los monos y los pájaros, al borde de los ríos, encima de las piedras, entre el agua turbulenta o en la choza cuando empezaba a amanecer "Oh iguaque, por favor nunca me dejes. Quiéreme. Soy tuya, no lo olvides, totalmente tuya. Ven, ven aquí. Quiero todos los hijos del mundo contigo. Oooohhh, ooooohhhhh".
Bachué quedó embarazada en muchas ocasiones y cada vez que daba a luz, cosa que pasaba cada dos meses, nacían cuatro, cinco y seis bebés. Ella los cuidaba con desvelo porque sabía que era la forma de crear la humanidad Chibcha. "Necesito centenares, miles de hijos tuyos", le decía Iguaque mirándola entre incrédulo y felíz, mientras le ayudaba a cuidar el enorme hervidero de bebés que lloraban y pataleaban pidiendo comida.
Mas tarde sus hijos formaron ese pueblo multiplicado como las arenas del mar. Hicieron chozas a las orillas de los ríos, en los valles, en las montañas, desplazándose a otras tierras, las cultivaron y fructificaron.
Extrañamente la diosa y su hijo-esposo empezaron a envejecer como cualquier mortal. Un día llamaron a sus descendientes con señales de humo y sonidos de cuernos. Los hijos, los nietos, los tataranietos, los tios, los bisabuelos llegaron gritando, cantando y bailando por volver a estar cerca de su madre y de su padre-hermano al que veían débil por la aplicación puesta a la creación del género humano.
Bachué los reunió en un valle y les dijo levantando la voz: "Gracias por haber venido, pueblo mio. Quiero que me acompañen a la laguna de Iguaque porque yo y mi hijo regresaremos al lugar del que vinimos", y no dijo mas. Los Chibchas asustados porque iban a perder a su gran madre y a su padre, no sabían que contestar, pero obedientes siguieron a la diosa y a su hijo por caminos construidos con piedras aplanadas en un largo trayecto cubierto por las ramas de los árboles y por las nubes verdes que pasaban por ahí.
Al llegar a la laguna, Bachué se paró en la orilla, le dió la espalda al agua y les dijo estirando los brazos: "Gran pueblo Chibcha, mi hijo Iguaque y yo, nos vamos porque ya cumplimos una alta orden de hace tiempos. Sean trabajadores y amen la paz". Bajó los ojos, cogió a su hijo de la mano y tendiéndose de espaldas en el suelo respiraron profundo mirando las nubes rojas que pasaban. A los cuatro minutos se transformaron en dos serpientes enormes de colores azul y rojo que se metieron en la laguna, desapareciendo en las profundidades.
El país Chibcha quedó desconcertado pero nadie dijo nada. Lo que hicieron fue devolverse, regresando a sus pueblos y a sus tribus porque el trabajo y la expansión de sus dominios los esperaba.

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