lunes, 18 de octubre de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 104 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Millaray estaba nerviosa y felíz pensando como el destino la guiaba de bien en la búsqueda de la hija de Inhimpitu. Aquí mismo había estado, era raro eso y no pudo comer por tanta alegría "Yo quiero ir lo mas rápido que pueda a esa tribu. Necesito hablar con los diablos de oro" le dijo al cacique Uzathama. "De verdad quiere ir ya?". "Si. Antes de que anochezca" respondió la princesa. "Haré lo que ordenen, hijos de los dioses. Terminen de comer y los llevo" dijo Uzathama.
No comieron. Devoraron parándose del tronco y acercándose a Uzathama que al verlos listos les dijo "Caminen pues" y arrancaron a caminar entre las chozas que eran bastantes, saliendo despues a un bosque tupido donde el viento doblaba las ramas. La tribu los seguía pero Uzathama les gritó "Ustedes quédense aquí que no nos demoramos". Entonces los Sutagaos retrocedieron regresando a sus chozas comentando "Los diablos de oro se van a poner felices con la visita de los hijos de los dioses". "Les contarán como llegó la niña Luz de sol ahí".
Solo había una distancia de quinientos metros entre los Sutagaos y la tribu de los diablos de oro. Se ayudaban en las dificultades y problemas pero la tribu de los diablos de oro era esquiva y difícilmente se dejaban ver de los extraños. Por eso fue que Uzathama gritó desde lejos "Allá voy, allá voy cacique Acaima. Le presentaré a dos jóvenes hijos de los dioses. Ellos quieren hablar con usted y con la tribu completa. Vienen preguntando por la niña Luz de Sol, hija de la diosa Inhimpitu". "Bienvenido cacique Uzathama, siga a mi pueblo" respondió acaima que de pronto apareció cerca de ellos como un insignificante fantasma entre las malezas.
Millaray y Cajamarca se desconcertaron porque acaima era diminuto. Medía cuarenta centímetros y era difícil verlo entre las ramas y las piedras que encerraban a su pueblo.
Tenía una corona de oro con tres diamantes. Llevaba también pulseras de oro igual que tobilleras y cuatro collares todo de oro. Un vestido de lana de colores que se le enredaba en el suelo. Estaba descalzo. Su pelo era largo, amarillo y no tenía barba. Era blanco de ojos azules y sus manos diminutas "Bienvenido cacique Uzathama, gracias por venir" dijo Acaima levantando la cara mirando porfiado a los visitantes "Quienes son ellos?" preguntó señalando a Cajamarca y Millaray. "Son dos hijos de los dioses que llegaron montados en un cóndor gigantesco. Hace poco me contaron la mujeres del pueblo que veinte hombres de mi tribu quedaron paralizados de terror cuando el cielo casi los mata con un diluvio y con sus truenos y rayos al querer robarlos. El cóndor casi los mata también. Así nos dimos cuenta que son hijos de los dioses". "Es verdad todo eso?" preguntó Acaima, "Si, es cierto". "Entonces sigan hijos del cielo. Las puertas de mi pueblo estan abiertas para ustedes". "Gracias, gracias" repitieron Millaray y Cajamarca viendo que Rayo de Luna venía volando quien sabe de donde, parándose en el hombro de la princesa. Caminaron detrás del diminuto hombre que no paraba de voltear a mirarlos, muy nervioso.
El pueblo de los diablos de oro era de chozas pequeñas. Parecía fantástico y hasta mágico entre los altos árboles que le daban sombra y frescura.

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