viernes, 3 de diciembre de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 125 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


"Cuando estén en peligro invoquen a Mohán o al mago Huenuman que inmediatamente llegarán a ayudarlos". "Si, lo haremos. No olvidaremos esos consejos". "Como la diosa Madremonte es la jefe de los bosques, también puede ayudarlos en caso de algún peligro. No se les olvide invocarla" Y entre tanta palabra y tanto consejo hubo lágrimas, abrazos, besos. Los primeros de la caravana empezaron a meterse en el bosque entre gritos y silbidos, para encaramarse luego a las montañas, que estaban tapadas por la neblina.
Así se fueron y el sol no quería dar la cara.
La tribu avanzaba controlando a las mulas metidas hasta arriba de las rodillas en el barro. Les era dificil andar pero de algún modo encontraban lugares por los que finalmente se adelantaban. Tuvieron que desviarse por un lugar desconocido y oscuro en el que posiblente nadie había transitado. Era bosque cerrado y fieras, pero por ahí se fueron tratando de orientarse con el sol que difícilmente se veía entre las hojas y las nubes. Gritaban y silbaban ordenando la manada que sin ver ningún camino, se desconcertaba entre los árboles y los pantanos. Rugidos y gritos se oían lejos. Algunas serpientes tuvieron que huir frente a semejante muchedumbre que podía serles fatal. Montoneras de pájaros se fueron por encima de los árboles gritando y buscando lugares mas tranquilos. La neblina no dejaba casi ver y por eso tenían que caminar despacio para no irse a extraviar. Millaray y Yexalen acercaron las llamas en las que iban montadas, para no perderse. Cajamarca iba junto a ellas mientras Calarcá e Ibagué dirigían la marcha entre largos vozarrones.
Despues de dos horas de camino en las que el sol apareció por momentos, se vieron sorprendidos de pronto por gigantescas ramas que se movían ansiosas estirándose y crujiendo para atraparlos y devorarlos. Los tallos de los árboles se doblaban a uno y otro lado facilitando el movimiento de las ramas que agarraron a muchos indios levantándolos, sacudiéndolos y apretándolos para asfixiarlos. Grandes flores amarillas, rojas y violeta como vulvas hambrientas se abrían dejando ver sus pétalos mortales, sus estambres tan móviles y sus gargantas callosas y palpitantes en espera de un bocado. Se escapaban de ahí vahos venenosos, espesos y finos chorros de un líquido lechoso que en un instante desvanecieron a muchos Quimbayas dejándolos débiles, inconcientes, temblorosos y derritiéndoles la carne aceleradamente. Así se dovorarían a aquella tribu que había llegado como un festín en un momento de hambre vegetal.

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