jueves, 3 de marzo de 2011

EL PAIS DE LA NIEVE 159 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Dicen que tiene alrededor de docientas jóvenes indígenas que viven en el cerro a donde vamos, y que no pueden quitárselas porque hace pactos con satanás que lo protege, y porque dos perros negros que trajo del infierno, lo acompañan y lo defienden de cualquier ataque.
"Entonces como hacemos para acercarnos?" preguntó la joven, temerosa. "Espere miro en el humo lo que debemos hacer" respondió el brujo chupando el tabaco. "No hay necesidad de nada raro" dijo el pájaro de mil colores saliendo de entre la ruana en la que estaba durmiendo el tunjo. "Vamos allá, y si hay algo extraño, embrujo todo con mi canto" dijo el pájaro revoloteando sobre ellos. "Verdad Rayo de Luna, ustéd nos protegerá?" preguntó incrédula pero felíz, Millaray. "Claro, es que se te ha olvidado que estoy contigo para protegerte de los peligros y para ayudarte en la búsqueda de la niña Luz de sol?". "Es cierto. Por eso fue que te buscamos tanto. Para que seas nuestro talismán. Lo que pasa es que estoy cansada por tantas cosas que hemos tenido que hacer, y me pongo mal" respondió la joven alargando la mano para que el pájaro se parara allí.
En siete minutos llegaron al cerro envuelto en la penumbra. Cóndor lo rodeó tres veces, volando cuidadoso, mirando donde podía bajar sin peligro. Todo estaba quieto y dormido. Parecía un cerro abandonado. El ave finalmente se dejó caer en la base oriental de la montaña, que era un sitio abierto y despejado por si acaso tuvieran que maniobrar rápidamente en caso de algo imprevisto.
Precisamente en el momento que pisaron tierra, dos perros enormes, negros y feroces ladraron furiosos, saliendo de sus camas sin vacilación. Vinieron decididos y fieros, corriendo veloces entre la maleza, los árboles, los troncos y las rocas. Realmente eran perros del infierno, como les había contado el brujo, porque de sus ojos saltaban chispas de fuego cayendo al suelo haciendo incendios en las ramas y las hojas. De sus jetas y sus culos salía candela que se elevaba en el aire como antorchas voladoras apagándose muy alto en las nubes. El cóndor pensó "No sentiré temor, no huiré" y se abalanzó vertiginoso sobre las bestias para capturarlas con sus garras y su pico, y dominarlas.
La confusión fue desconcertante "Vámonos de aquí inmediatamente" gritó Millaray temblorosa, pero el ave no la escuchaba porque había empezado una batalla infernal, carnicera, y era casi imposible sacarlo de aquella guerra en la que se había metido casi sin darse cuenta.
Entonces las mujeres, que vivían en alguna parte de ese cerro, salieron de sus chozas, corriendo y gritando desgreñadas y desnudas, algunas con antorchas encendidas, acercándose al sitio de la batalla con palos y piedras que lanzaban al pájaro y a los visitantes, queriendo matarlos a la loca. No entendían lo que pasaba pero de alguna manera defendían el lugar donde vivían.
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