miércoles, 9 de marzo de 2011

EL PAIS DE LA NIEVE 161 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


"Voy a liberar a éstas mujeres, del Sombrerón. Haré que regresen a sus tribus. Dejaré a ese amigo del demonio y a los perros, convertidos en estatuas de piedra por siempre jamás". Y salió volando y cantando en medio de la guerra, acercándose a los oidos del hombre y de los perros para que le escucharan su canto. Fue difícil que lo oyeran pero finalmente lo logró, dejando a los perros paralizados, lo mismo que al Sombrerón, hecho una estatua de piedra hasta el día de hoy.
Finalizando de aquel modo la batalla que ahora se silenciaba porque las mujeres se habían ido, revolviéndose confundidas entre ellas, al ver que el Sombrerón estaba paralizado, se miraron asombradas e incrédulas "Que le ha pasado al Sombrerón?". "Y que le ha pasado a los perros? parecen de piedra" comentaban yendo de aquí para allá y regresando en un desorden pasmoso. "Aprovechemos y nos volamos a nuestros pueblos" gritaban contentas. "Regresemos a nuestras tribus. Llevémonos las mulas con el oro y las piedras preciosas" se aconsejaban señalando el caserío, moviéndose nerviosas "Si, eso haremos ya". Y sin pensar se lanzaron a los caminos y a los potreros donde estaban las mulas comiendo yerba y durmiendo. Y arriándolas las llevaron al caserío donde las amarraron de los postes que sostenían las chozas, y de los tallos de los árboles cercanos. Entraron al enorme rancho donde vivía el Sombrerón, sacando el oro y las riquezas sin dejar absolutamente nada, subiéndolo a las mulas en bultos hechos rápidamente. Los sujetaron con lazos de maguey a los costados de los animales que después de haberlos soltado, echaron a andar apresurados, oliendo el aire nuevo y tranquilo. Y las mujeres, asustadas pero contentas, se armaron de palos, rejos y garrotes, yéndose desnudas y liberadas a los caminos polvorientos, buscando sus tribus que no habían olvidado y adonde deseaban volver cada dia, porque ahí habían nacido y ahí tenían a sus familias y a sus amigos.
"Ahora si, vámonos de aquí" gritó el cóndor herido, chamuscado y asfixiado por la pelea que lo había puesto en su nivel mas salvaje. Brincaba desesperado buscando la frescura del viento que le calmara las quemaduras hechas por los perros. "Si, vámonos ya" gritó Cajamarca parándose en las espaldas del ave. Había estado mudo pero dispuesto a cualquier cosa. Ninguno de los viajeros había pensado que esto fuera a suceder.
Cóndor, de repente levantó el vuelo, irritado, pero con empuje, metiéndose en las nubes que le daban el rocío, fresco para sus quemaduras. Además el viento lo tranquilizaba. Se empezaba a reflejar la luz de la mañana en el perfil de las montañas del frente. Ya la luna se había descolgado perezosa al otro lado.
Así se fueron en dirección al pueblo de los Coyaimas, para llevar al cacique Tibaima y al brujo. Tenían muchas ganas de descansar.

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