domingo, 13 de noviembre de 2011

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 49



El anciano también bajó, y el indio al lado de el.

entonces el cacique Macaregua invitó a los otros caciques, Corbaraque, Babasquezipa, Poima, chalala, Butaregua y Chanchón para que vinieran y ayudaran a atender a los dos jóvenes hijos de Are.

Sin atreverse a mirarlos de frente, los caciques los llevaron a un amplio rancho donde vivía el jefe de los brujos con su mujer, una niña de trece años, tal vez la mas linda de su tribu.

En un momento cubrieron el suelo con esteras, ruanas, cobijas, además de hamacas amarradas de gruesos postes que sostenían el techo, para que se metieran en ellas y descansaran largamente, mientras el cóndor volaba a un bosque cercano donde descansaría del vuelo, siendo perseguido sin embargo por muchos indígenas que no dejaban de asombrarse por el, mirándolo calladamente.

Millaray y Cajamarca no decían nada. Solo se miraban cómplices entre imperceptibles sonrisas, sintiéndose tratados como los hijos del dios Are.

Durmieron largo rato en el silencio de la gente que les respetó el sueño, hasta que otra vez despertaron, siendo ya el anochecer.

El Tunjo lloraba de frio porque sin darse cuenta se había quedado desarropado y eso lo ponía de mal genio. Millaray se dió cuenta de eso y lo cobijó muy bien, envolviéndolo en las gruesas ruanas para que de nuevo cogiera calor. El pájaro de mil colores se había parado en un palo saliente, cerca al techo de la choza, donde se le veía tranquilo porque había comido insectos nocturnos y pedazos de frutas que colgaban maduras de los árboles.

Afuera se veía una gran iluminación de antorchas y fogatas.

Las tribus cocinaban en grandes ollas de barro la comida comunitaria en la que todos ayudaban trayendo alimentos, manteniendo el fuego, cargando leña, soplando la candela y dando de comer a los niños y a los animales que caminaban entre ellos como cualquier humano. Eran los marranos, los ovejos, las gallinas, los loros, las guacamayas, las vacas que se atravesaban a todo momento quitándole espacio a la gente, y muchas veces comiéndose las provisiones que encontraban en los rincones de las cocinas y a los lados de las chozas.

"Divinos hijos de Are. Quieren acompañarnos ésta noche al combate con los cocodrilos y las serpientes?" gritó de pronto el cacique Macaregua, muy desparpajado, asomándose a la puerta de la choza donde estaban los jóvenes Cajamarca y Millaray no muy bien despiertos todavía.

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