martes, 17 de abril de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 78


los indígenas traían oro como arena para hacer coronas, pulseras, aretes y todo lo que querían, de acuerdo a las enseñanzas de Cajamarca y de Millaray y la creatividad de la tribu también.
Definitivamente convirtieron a los Emberá-Catíos en un pueblo imaginativo que se la pasaba cantando, corriendo y haciendo alabanzas a los dioses porque comprendieron la divinidad del universo y la magia que había en el. Se sentían felices de haber aprendido cosas y de haber entendido que podían usar su inteligencia y crecer en el conocimiento.
Millaray y Cajamarca vivieron largo tiempo con ellos, dándose cuenta que raramente y sin explicación, a esa tribu la perseguía el espanto de Costé.
Costé habia sido un indio gigante, bien moreno, de tres metros, con dientes de oro muy brillantes y con muchos cuchillos en sus brazos, que usaba para cortar todo lo que se le antojaba.
Ese espanto le producía mucho miedo a la tribu y vivía acechando a los Emberá-Catíos en el bosque para secuestrarlos y llevárselos a su enramada. "Hoy tengo que robarme uno o dos indios para arrastrarlos a mi rancho. Los engordaré bien y me los comeré como siempre hago. Juajuajuajuajuajuajua" se reía llenando la selva con su sonido mientras caminaba despacio encima de las hojas húmedas, medio escondido detrás de los troncos, esperando a algún indio despreocupado que pudiera convertirse en su presa.
"Allá viene uno y no se ha dado cuenta que yo estoy aquí. Le llegó su turno al desgraciado" y trasladándose igual a como lo hacen los fantasmas, sin hacer ruido y sin poder ser visto, agarró al indio del pelo, dándole un golpe de piedra en la cabeza para desmayarlo. El nativo cayó inconsciente al suelo, y Costé lo amarró con bejucos para que no pusiera problemas al despertar. Se lo echó al hombro y diciendo palabras raras, se fué elevando en el aire con su carga que inexplicablemente sentía liviana igual que una pluma.
en menos de un momento llegó con el indio a su enramada donde vivía con su madre a la que le tenía prohibido hablar para que no fuera a delatarlo.
Bajó del aire poniendo al indio en una batea larga, parecida a una canoa. Estaba ensangrentada y con rastros de carne de otros indios matados por el.
Le quitó el guayuco a su víctima y le cortó los testículos con un solo golpe de cuchillo, comiéndoselos inmediatamente entre eructos y asfixias alucinadas.

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