viernes, 20 de abril de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 79


En menos de un momento llegó con su víctima a la enramada donde vivía con su madre a la que le tenía prohibido hablar para que no fuera a delatarlo.
Bajó del aire poniendo al indio en una batea larga, parecida a una canoa. Estaba ensangrentada y con rastros de carne de otros indios matados por el.
Le quitó el guayuco a su víctima y le cortó los testículos con un solo golpe de cuchillo, comiéndoselos inmediatamente entre eructos y asfixias alucinadas.
Ahí el nativo despertó gritando horriblemente poseido por el dolor y el desaliento, y dominado por Costé que no lo dejaba moverse. Le puso hojas verdes en la herida y zumos de raices medicinales para que la sangre le trancara rápidamente. Lo tuvo amarrado mucho tiempo dándole carne gorda de otros indios que guardaba en grandes ollas de barro al pie de la hornilla donde su madre algunas veces hacía de comer. "Le gusta ésta carne? cierto que está buena?" le preguntaba al Emberá-Catío entre risas y saltos de gusto. "Ah no, veo que no le gusta ésta carne. entonces le traeré otra que tiene mejor sabor" y mirándolo otra vez, y dejándolo bien amarrado en la batea, se metía en el monte demorándose algún tiempo allá.
Al volver, venía cargado con marranos salvajes y con un toro que hacía poco había matado con cuchillos en las orillas de una laguna donde vivían los caimanes voladores.
Dejó todo eso a un lado de una pared de barro que formaba su enramada y acercándose al indio le dijo "Coma, coma de ésta carne para que se engorde rápido. Necesito que se engorde ligero para comérmelo enterito porque mantengo con mucha hambre, juajuajuajuajujuajua" terminaba con carcajadas ruidosas, yéndose por ahí, entre los árboles y las rocas con sus ojos muy rojos de los que de vez en cuando saltaban chispas amarillas que encendían las hojas secas tiradas en el suelo.
Ya se había comido a muchos indios a los que destrozaba en la batea. Se bebía su sangre entre sordos respiros y alucinaciones desequilibradas.
a diferencia de los indios que engordaba, Costé no alimentaba a su madre. Ella era una mujer muy flaca que estaba en los huesos y que casi no podía moverse por la debilidad que mantenía. Solo comía raices, hojas, los huesos pelados de los indios, que Costé le dejaba, y pedazos de frutas que los monos salvajes le llevaban de vez en cuando.

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