viernes, 13 de julio de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 93


 “Entonces no hablemos mas. Mañana temprano nos iremos porque el cóndor quiere volar también. Me lo ha dicho. Me dice que cuando no vuela, se debilita y pierde la fuerza y el poder, y eso no lo soporta porque siente que su cuerpo se le destruye. Le diré a Cajamarca que se aliste y usted, Ewandama le dirá a su hijo que se aliste también, sin demora”.  “Así se hará, hermosa joven. Gracias por aceptar nuestra compañía” dijo el dios arreglándose la larga túnica de colores que estaba sucia, y alisándose el pelo, que tenía revuelto. “Es lo mejor que puede pasarnos. Ir acompañados es un regalo del cielo” respondió Millaray saltando de alegría.
Entonces Ewandama se fue casi sin despedirse de la joven, por el afán que le dio pensando en el viaje al otro reino. Le diría  a su hijo que preparara lo necesario para ese viaje, porque conocer a los vecinos Wayúu no era cosa de todos los dias.
Al mismo tiempo, Cajamarca llegó a donde estaba Millaray y zafandose las flechas que llevaba en la espalda, escuchó a la joven diciéndole. “Madrugaremos a viajar al país de la diosa Inhimpitu. Ya le hemos ayudado bastante a Ewandama aquí. Ahora podremos seguir buscando la montaña brillante que según nos hemos dado cuenta, muy poca gente conoce” le dijo la muchacha sujetando un poco mas su guayuco en la cintura. “Ewandama y su hijo irán con nosotros porque el dios quiere conocer esas tierras y también a los dioses que viven allá” terminó diciendo Millaray, mirando muy fijo a su compañero. “Ya lo había presentido” respondió  Cajamarca cogiendo de la mano a su mujer y caminando a donde estaba el cóndor que tenía descolgada el ala para que ellos subieran a su espalda. En un momento estuvieron  sobre el buitre que se acomodó lo mejor que pudo para que sus amigos pasaran una buena noche entre sus plumas.
Vieron como el cielo se oscurecía, dejando en lo hondo miles de luces que armonizaban con los ruidos de la selva y con los gritos de los niños de la tribu, que todavía no querían dormirse, sino corretear alrededor de las fogatas. El pueblo Waunana había prendido decenas de antorchas, sentándose en los troncos o en las piedras para hablar de cualquier cosa mientras les iba llegando el sueño y mientras contaban las nuevas estrellas de las que no tenían conocimiento.
Mas tarde, después de que los tigres cerraron los ojos y los sapos empezaron sus cantos debajo de las piedras, aparecieron Ewandama y su hijo bajo el cóndor donde ya dormían Cajamarca y Millaray. El ave los subío rápido y ellos no hablaron, metiéndose ligeramente entre las plumas para no despertar a los amigos.
La noche era un griterío increible. Un campo de movimientos sin fin. Las horas se metían en las raíces de los árboles y entre las nubes que pasaban, yéndose con ellas a sitios desconocidos, esperando la mañana que sin demora llegó al lado de un sol amarillo rodeado de candela.
Todo estaba listo para el viaje y los cuatro ya estaban despiertos.

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