miércoles, 8 de agosto de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 96



 El pueblo de los Wayúu no está lejos y con sus respuestas quedaremos tranquilos” contestó el pájaro, alistándose para que los viajeros se encaramaran otra vez en su espalda, cosa que hicieron rápidamente después de haber comido yucas, carne sancochada, y agua del rio, que les pareció dulce como nunca.
Pronto se elevaron entre el calor pegajoso de la mañana.
El cóndor buscó orientación, apuntando al caserío cercano donde vivían los Wayúu con sus cabras con las que se alimentaban y con las que comerciaban entre otras tribus que venían por sal, cambiándolas por las cosas mas necesarias, como alimentos, otras especies de animales, artesanías y también por oro y piedras preciosas. Vivían también rodeados de esclavos a los que  trataban como querían, llevándolos, si era preciso, a la muerte en caso de desobediencia, de hurto o de violación.
La gente al verlos volando tan alto, saltaba gritando, silbando y berriando con todas sus fuerzas pretendiendo hacerse oir de esa manera. El gran pájaro fue descendiendo hasta tocar aquella tierra árida donde el agua era escasa y la temperatura muy elevada. Las mujeres estaban bellamente vestidas con largas túnicas de fuertes colores, además cubrían su frente con anchas balacas también de colores. Muchas de esas mujeres eran de un solo hombre, que podía pagarlas a sus familias con ganado, con tierras y cultivos, llevándoselas a su ranchería donde las convertía en sus esposas.
Cuando el cóndor caminó entre el pueblo, la gente se acercó para tocarlo y para admirarle su gigantismo. No parecía gente muy belicosa y por eso pronto bajaron de sus costillas Cajamarca y Millaray para ayudar a Ewuandama y a su hijo que estaba todavía tímido y silencioso, mirando aquella gente que los rodeaba tan de cerca y que lo ponía nervioso sin explicarse la razón.
De pronto, entre la algarabía y el gran desorden, llegó el cacique de ese pueblo con una larga y gruesa vara en sus manos, símbolo de su poder y autoridad, a la vez que la usaba como apoyo y para defenderse de los enemigos y de las serpientes que abundaban mucho y que sin darse cuenta entraban a las chozas con gran peligro para los niños y las mujeres. Era el cacique Anbaibe, acompañado de sus hijos Nutibara y Quimunchú, que venían vestidos con largas batas de colores para protegerse de los rayos del sol que eran intensos la mayor parte del año. Tenían diademas hechas con plumas de colores y llevaban las caras pintadas con líneas geométricas de colores verdes, rojas y negras.

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