Así
llegó la noche, y el pueblo encendió antorchas amarradas en postes frente a los
ranchos y también en los tallos de los árboles cercanos. Hicieron muchas
fogatas al frente de las chozas que prontamente chisporrotearon lanzando
chispas de colores al espacio gris,donde se perdían inexplicables, mientras
Anbaibe con sus hijos y el brujo, iban a donde estaban Ewandama y su hijo,
Cajamarca y Millaray, seguidos por las miradas del pueblo que no les perdían
pisada para ver que era lo que iban a hacer.
Haremos la invocación a Maleiwa,
alejados de los ranchos para que los gritos de los niños, los regaños de las
mujeres y los ladridos de los perros no nos interrumpan” dijo el brujo
recogiendo los palos, las cáscaras, las ramas y hojas que habían por allí,
ayudado por El cacique, por Nutibara y Quimunchú que no se separaban. Cuando
tuvieron tres altos montones de troncos y otros materiales secos, Nutibara les
metió candela con la antorcha que llevaba, y cuando el fuego creció, untaron
sus cuerpos con aceites fragantes y con polvo de oro que mandaron traer del rancho del cacique y que los hacia ver
relucientes y mágicos, empezando a danzar alrededor, llamando a Maleiwa con sus
roncas voces, haciendo sonar las maracas mágicas que solo los Wayúu tenían
porque había sido un regalo del dios de los indígenas arawak, Takima, que tenía
rostro de pájaro y cuerpo de hombre y que era gran amigo de la diosa Inhimpitu.
Se las había dado para que se comunicaran fácilmente con cualquier parte del
universo y con los dioses que habitaban allá. “OH,oh,oh gran dios nuestro Maleiwa, escucha
nuestros ruegos. No desoigas nuestros pedidos. En éste momento te necesitamos
urgentemente, por eso te pedimos que nos escuches. Se movía furiosa la candela,
elevándose en girones de colores envolventes y muy vivos al espacio. Se
revolvía como poseída por una furia extraña,
o quizás por una felicidad inexplicable al comprender que a través de
ella viajaban los dioses.
inexplicablemente, entre las llamas
apareció un hombre moreno, alto, de pelo quieto y negro, vestido con una bata gruesa,
de muchos colores, sucia de polvo y arena. Tenía en las manos una vara larga y
gruesa de madera, y en la frente una corona que brillaba mucho y que era de un
material desconocido por los indígenas de allí. Se presentó con su mirada tan
viva y con su cuerpo lleno de mucha paz, diciendo “Yo soy Maleiwa, para que me llaman
con tanto afan? Que quieren de mi? Han
interrumpido mi caminar que ustedes saben que es constante en ésta tierra
reseca. No comprenden que si dejo de andar aunque solo sea un instante, el
mundo se queda quieto y puede
incendiarse?. De modo que díganme rápidamente para que me han llamado. debo
irme otra vez para que el mundo no deje de girar. Entonces el gran brujo Wuayú
entendió que no podía demorarse en hablar y le dijo apresurado “Gran dios
nuestro Maleiwa, los visitantes que usted ve con nosotros, han venido a
preguntarnos donde está la diosa Inhimpitu porque la que necesitan con
urgencia. Ellos han venido del pais de la nieve. Viajan en un cóndor que ha llegado de la luna y los protege la inolvidable diosa dulima, que alguna vez estuvo con nosotros” y Maleiwa mirándolos uno a uno entre la candela que le cubría el cuerpo
sin quemarlo, les dijo “Claro que sé donde está pero se me prohíbe decirlo porque
no estoy autorizado para eso. Así lo ha decretado el universo. Sin embargo hablaré
con el dios Juyá y con su esposa, la diosa Pulowi para que vengan y les digan
donde está Inhimpitu. Ellos si pueden hablar porque tienen permiso para eso” y sin
decir nada mas, desapareció de la fogata dejando en el espacio un chorro de luz
entre azul , verde y violeta.
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