sábado, 31 de mayo de 2014

UN CONDOR GENIAL 3 (La fascinante historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los Andes Colombianos)



El gran Ruiz.
La eterna montaña iluminada por los rayos del sol, de la luna y las estrellas. La mole silenciosa, guardadora de antiguos secretos que nunca revelaba.
Cóndor se despertó varias veces, viendo siempre dormido al rey, que ahora respiraba suave porque había recuperado su calor y relajado los músculos. No quiso pararse, para no hacerle bulla. Esperaría a que su visitante se recuperara y se despertara naturalmente, como debía de ser.
Por fin, y después de veintisiete horas de sueño, vio al viejo abrir los ojos, sorprendido  por que no comprendía nada de lo que lo rodeaba. Lo vio serio y de mal humor. Seguramente  había tenido malos sueños y además el cuerpo le debía doler mucho por el maltrato a que lo había sometido.
Tenía grandes lagañas amarillas que se afanó a limpiar con la punta de sus dedos sucios; se sentó entre las plumas, bostezando largo y silencioso, sintiendo su aliento pesado y agrio, lo mismo que sus pensamientos. Volteó a mirar al cóndor, para darse cuenta si lo estaba observando, pero no, lo vio con los ojos cerrados y se tranquilizó.
Lentamente miró el techo y las paredes del refugio, y pensó que todo ahí era tranquilo y agradable para vivir largo tiempo sin problemas.
Se puso de pié con cuidado para  no despertarlo, pero su sombra y el ruido de las ramas secas y quebradas, hicieron que el animal abriera los ojos.
Sonrió, viendo que el rey salía ya con fuerza, a la planicie brillante. Quiso decirle algo pero notó que tenía una especie de disgusto y se quedó callado “es mejor no decirle nada ahora, la prudencia hace verdaderos sabios” pensó, mientras el viejo volteaba a mirarlo rápido, diciéndole. “Hola como estás”.
Y bajó saltando los escalones de hielo.
Después se fue entre el viento y la neblina, con la cabeza agachada y las manos entre los bolsillos. Había levantado el cuello de su camisa para protegerse las narices y la boca, del frío de la montaña que le llegaba en olas penetrantes, envolviéndolo y poseyéndolo sin respeto.
Miró el sol escondido entre las nubes verdes al oriente, tiritando de frío. Bajó la vista al hielo que se quebraba debajo de sus pies y se agacho tocándolo con la punta de los dedos para calcularle el helaje que era mucho, después proyectó la vista sobre la infinita planicie blanca recibiendo en su cabeza impresiones de fuerte mareo y gran libertad. Se levantó, suspiró hondo llenando los pulmones de aire limpio y  luego caminó despacio sin ponerle cuidado a nada, y pensativo por las cosas que debía hacer.
Cóndor salió a la boca del nido para observarlo.

Vio que el rey cojeaba seguido “Quizás tiene un tobillo dislocado o una rótula por fuera de la cavidad ósea, posiblemente le duelen los huesos y los músculos por tanto frío que hace aquí. . . pero es un viejo fuerte” pensó, mientras lo veía alejarse entre la neblina que se lo tragaba, como una boca de bestia gigante “es un viajero incansable. Vino a hacer algo, de eso estoy seguro. Tengo que esperar a ver que pasa”.


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