El gran Ruiz.
La eterna montaña iluminada por los rayos del
sol, de la luna y las estrellas. La mole silenciosa, guardadora de antiguos
secretos que nunca revelaba.
Cóndor se despertó varias veces, viendo
siempre dormido al rey, que ahora respiraba suave porque había recuperado su calor
y relajado los músculos. No quiso pararse, para no hacerle bulla. Esperaría a
que su visitante se recuperara y se despertara naturalmente, como debía de ser.
Por fin, y después de veintisiete horas de
sueño, vio al viejo abrir los ojos, sorprendido
por que no comprendía nada de lo que lo rodeaba. Lo vio serio y de mal
humor. Seguramente había tenido malos
sueños y además el cuerpo le debía doler mucho por el maltrato a que lo había
sometido.
Tenía grandes lagañas amarillas que se afanó a
limpiar con la punta de sus dedos sucios; se sentó entre las plumas, bostezando
largo y silencioso, sintiendo su aliento pesado y agrio, lo mismo que sus
pensamientos. Volteó a mirar al cóndor, para darse cuenta si lo estaba
observando, pero no, lo vio con los ojos cerrados y se tranquilizó.
Lentamente miró el techo y las paredes del
refugio, y pensó que todo ahí era tranquilo y agradable para vivir largo tiempo
sin problemas.
Se puso de pié con cuidado para no despertarlo, pero su sombra y el ruido de
las ramas secas y quebradas, hicieron que el animal abriera los ojos.
Sonrió, viendo que el rey salía ya con fuerza,
a la planicie brillante. Quiso decirle algo pero notó que tenía una especie de
disgusto y se quedó callado “es mejor no decirle nada ahora, la prudencia hace
verdaderos sabios” pensó, mientras el viejo volteaba a mirarlo rápido,
diciéndole. “Hola como estás”.
Y bajó saltando los
escalones de hielo.
Después se fue entre
el viento y la neblina, con la cabeza agachada y las manos entre los bolsillos.
Había levantado el cuello de su camisa para protegerse las narices y la boca,
del frío de la montaña que le llegaba en olas penetrantes, envolviéndolo y
poseyéndolo sin respeto.
Miró el sol
escondido entre las nubes verdes al oriente, tiritando de frío. Bajó la vista
al hielo que se quebraba debajo de sus pies y se agacho tocándolo con la punta
de los dedos para calcularle el helaje que era mucho, después proyectó la vista
sobre la infinita planicie blanca recibiendo en su cabeza impresiones de fuerte
mareo y gran libertad. Se levantó, suspiró hondo llenando los pulmones de aire
limpio y luego caminó despacio sin
ponerle cuidado a nada, y pensativo por las cosas que debía hacer.
Cóndor salió a la
boca del nido para observarlo.
Vio que el rey
cojeaba seguido “Quizás tiene un tobillo dislocado o una rótula por fuera de la
cavidad ósea, posiblemente le duelen los huesos y los músculos por tanto frío
que hace aquí. . . pero es un viejo fuerte” pensó, mientras lo veía alejarse
entre la neblina que se lo tragaba, como una boca de bestia gigante “es un
viajero incansable. Vino a hacer algo, de eso estoy seguro. Tengo que esperar a
ver que pasa”.
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