viernes, 6 de junio de 2014

UN CONDOR GENIAL 4 (La fascinante historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los Andes Colombianos)





Vio que el rey cojeaba “Quizás tiene un tobillo dislocado o una rótula fuera de la cavidad, posiblemente le duelen los huesos y los músculos por tanto frío. . . pero es un viejo fuerte” pensó, mientras lo veía alejarse entre la neblina que se lo tragaba, como una boca de bestia gigante “es un viajero incansable. Vino a hacer algo importante, de eso estoy seguro. Tengo que esperar a ver que pasa”.
De pronto saltó a la superficie y dio muchos brincos agitando las alas para calentarse. 
Subió a una roca alta, aleteando suave, dejándose ir entre el viento que se le metía en las narices, en los ojos y entre las plumas esponjadas. Manejó el timón de su cola con experiencia, lo mismo que los alerones de sus alas, consiguiendo la dirección, bajando luego a un bosque cercano. Llevaría algún conejo grande o un venado asustado, para su amigo que seguro estaría muy hambriento. . . Avivaría la hoguera que estaba a un lado del nido, soplaría fuerte y le asaría en poco tiempo un buen filete. “Será grandioso compartir con un amigo sincero” pensó.
En poco tiempo llegó a tierras mas tibias. 
Como era un experto cazador, atrapó en medio de árboles coposos, un inquieto animal que al sentirse agarrado, se estrujaba horrible en sus zarpas, queriendo zafarse de ahí como fuera.
Y el cóndor contento por la comida conseguida tan rápidamente, ascendió poderoso, destrozando las nubes y el aire con las alas.
Era un ternero el que llevaba.
Colorado y brioso, con los ojos muy abiertos, moco resoplante en las anchas  narices, mucha espuma en la boca y una respiración agónica porque ya presentía su fin. Se había quedado olvidado de su madre en los potreros vecinos de la caverna del buitre. Esa fue su ruina.
Llegó el ave en poco tiempo a su territorio, entre nubes espesas empujadas feamente por el viento.
Bajó al frente de la cueva en un planeo enérgico, sin dejar de atenazar las garras en la presa. Puso el ternero en el hielo que se enrojeció con la sangre de las heridas, y sin perder tiempo, le picoteó los ojos y el corazón. Lo cogió en el pico y entró al nido, poniéndolo encima de las ramas, los troncos y las hojas que crepitaban debajo de sus patas. Arrimó chamizas y ramas delgadas al lado de los troncos y los palos, y haciendo un montón en medio, encendió una hoguera con los carbones que todavía estaban rojos por el fuego que mantenía allí.
Así, cogió gran fuerza la fogata, botando chispas azules, verdes y amarillas que quedaban suspendidas en el aire, para luego elevarse contra el techo donde se apagaban silenciosas.
En un momento le quitó la piel al animal, le sacó los intestinos que devoró gustoso, y el resto lo arrimó al fuego para que se asara rápido.
Le daría una sorpresa a su amigo con éste  banquete.


El paseo por las cercanías de la caverna, le hizo finalmente aliviar la tensión al visitante, que  aliviado, caminó otra vez hasta la guarida de su amigo.
Cóndor lo vio venir:
Aunque huesudo y oji-hundido, ahora tenía las facciones tranquilas y una sonrisa fresca. Tenía barro en la cara, los pantalones estaban rotos en los muslos y en las nalgas. Su bota de cuero rota en el pié derecho le dejaba al dedo pulgar asomarse. A la camisa le hacían falta tres botones, y para completar, estaba  rasgada a un lado del ombligo; un morral de cuero de culebra, le colgaba del hombro izquierdo que se movía ladeado.
Como ya se acercaba a la cueva, el buitre miró al cielo azul verdoso que empezaba a transformarse en colores de fuego para ver que tal iba a ser el dia.
Al llegar a la boca de la caverna, cóndor lo hizo seguir “Hacía tiempos que usted no venía por aquí, rey”. . .”Si, estaba afanado por eso. Hace dos semanas revisé los archivos de ésta parte del planeta, y me di cuenta que tenía que venir para cumplirle la promesa que le hice hace mil ochocientos años. El de darle su nombramiento como jefe de las montañas y de las aves. También quería hacer el viaje para disfrutar de éstos paisajes que no he olvidado. “La cumbre del Ruiz es atractiva por lo brillante que se pone con el sol y con la luna. Gócela como hacen todos los que vienen por aquí. Yo mantengo contento  porque el sol está cerca, se refleja en los cristales y se multiplica, iluminando el aire y las nubes, además el silencio me ayuda a estar tranquilo y fuerte . . . En las montañas vecinas tengo amigos que no puedo abandonar.

“Es interesante lo que dice, pero será mas, cuando todos sepan que ahora usted es el jefe de  las cordilleras, de las montañas, de los valles y de las aves en general. 
Para certificar el cargo que ahora usted empieza, le entregaré el símbolo que lo distinguirá en todo lugar.




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