miércoles, 25 de junio de 2014

UN CONDOR GENIAL 6 (La fascinante historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los Andes Colombianos)





Cuando entre el viento del oriente, ese aire se calentará con el fuego de la hoguera y se elevará en la bóveda de la caverna saliendo al cielo, mezclándose con las nubes, cambiándole los colores y extendiéndose luminosas por espacios secretos que usted poco a poco irá descubriendo.
Es muy sencillo. Esa práctica debe hacerse todos los días a excepción del dia de descanso para que no queme tantas energías.  Cuando pase el tiempo notará como le llega la el conocimiento, la fuerza y la risa, y usted se hará mas interesante y atractivo. Todos querrán ser sus amigos.
Cóndor escuchaba sin parpadear. Se asombraba de aquella enseñanza ingenua que lo dejaba sorprendido pero muy pensativo. Al ver que el rey había terminado de confiarle el secreto, le dijo. “Gracias rey por revelarme cosas tan ocultas. Le prometo hacer diariamente el rito, exactamente como me dice, para volverme poderoso y bueno. “Muy bien”, contestó el rey cerrando los ojos, inclinando la cabeza y murmurando algo que cóndor no entendió. Nunca supo qué dijo en ese momento.
Se puso a llover.
La neblina cayó espesa en la montaña, semejante a un manto gigantesco, quedándose mucho tiempo ahí, cobijando el frío, luchando con el viento, escuchando el silencio hondo de esas horas.
El viento silbaba y bujaba iracundo entre las rocas y la superficie yerta. Aullaba agresivo y fiero, estrellándose feamente al cruzar en medio de los altos picos y las rocas, mientras la nieve  empujada sin respeto, se dejaba descolgar por momentos como una cortina rasgada en miles de pedazos.
Rey y cóndor esperaban que el tiempo mejorara para hacer otras cosas, pero no fue así, entonces, con el hambre que tenían, se dedicaron a asar el ternero, extendiéndole los bordes y puntas y volteándolo muchas veces para que no se quemara sobre las brasas que parecían reflejos solares de centenares de espejos tirados en el suelo.
El aroma de la carne asada llenó el recinto, y movidos por el olor tan delicioso, se lanzaron a las brasas, cortando en grandes pedazos la tierna carne que los ponía de buen humor mientras hablaban de otras cosas. “Lo esperé en el eclipse de junio. Estaba seguro que vendría y por eso no volé a ninguna parte, pendiente de su llegada, que le pasó, por qué me dejó esperando?
-          Ah, que pena con usted. Había preparado el viaje dos semanas antes, pero no pude venir porque tenía dolor de cabeza, de espalda y también los músculos. Tuve desvanecimientos, perdí la voz y la visión. En realidad fue una crisis dura, pasajera pero fuerte. No hice sino vomitar y gritar enloquecido, y como además tuve diarrea, la deshidratación fue terrible. Me quedé en los huesos”. “Uy no”, respondió el cóndor.   “Si. La noticia de mi mala salud se extendió por el reino, y mucha gente fue a visitarme, a llevarme regalos, medicinas, comida, y a aconsejarme que hiciera esto o aquello para que me aliviara pronto. Entonces la princesa Pijao, Patasola, preocupada por mi estado, le pidió al rey del sol, Bochica, que le prestara su caballo volador con urgencia. Le dijo que lo cuidaría como a su propia vida y que se lo devolvería pronto, sin ningún daño.

El,  amablemente, se lo hizo llegar a los bosques donde la princesa Patasola vivía con el tigre de fuego de Tierradentro y doce elefantes blancos, en Campoalegre, en las regiones del Líbano, un poco mas abajo de la montaña iluminada del Ruiz.




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