Cuando entre el
viento del oriente, ese aire se calentará con el fuego de la hoguera y se
elevará en la bóveda de la caverna saliendo al cielo, mezclándose con las nubes,
cambiándole los colores y extendiéndose luminosas por espacios secretos que
usted poco a poco irá descubriendo.
Es muy sencillo. Esa
práctica debe hacerse todos los días a excepción del dia de descanso para que
no queme tantas energías. Cuando pase el
tiempo notará como le llega la el conocimiento, la fuerza y la risa, y usted se
hará mas interesante y atractivo. Todos querrán ser sus amigos.
Cóndor escuchaba
sin parpadear. Se asombraba de aquella enseñanza ingenua que lo dejaba
sorprendido pero muy pensativo. Al ver que el rey había terminado de confiarle
el secreto, le dijo. “Gracias rey por revelarme cosas tan ocultas. Le prometo
hacer diariamente el rito, exactamente como me dice, para volverme poderoso y
bueno. “Muy bien”, contestó el rey cerrando los ojos, inclinando la cabeza y
murmurando algo que cóndor no entendió. Nunca supo qué dijo en ese
momento.
Se puso a llover.
La neblina cayó espesa en la montaña,
semejante a un manto gigantesco, quedándose mucho tiempo ahí, cobijando el frío,
luchando con el viento, escuchando el silencio hondo de esas horas.
El viento silbaba y bujaba iracundo entre las
rocas y la superficie yerta. Aullaba agresivo y fiero, estrellándose feamente al
cruzar en medio de los altos picos y las rocas, mientras la nieve empujada sin respeto, se dejaba descolgar por
momentos como una cortina rasgada en miles de pedazos.
Rey y cóndor esperaban que el tiempo mejorara para
hacer otras cosas, pero no fue así, entonces, con el hambre que tenían, se
dedicaron a asar el ternero, extendiéndole los bordes y puntas y volteándolo
muchas veces para que no se quemara sobre las brasas que parecían reflejos
solares de centenares de espejos tirados en el suelo.
El aroma de la carne asada llenó el recinto, y
movidos por el olor tan delicioso, se lanzaron a las brasas, cortando en
grandes pedazos la tierna carne que los ponía de buen humor mientras hablaban
de otras cosas. “Lo esperé en el eclipse de junio. Estaba seguro que vendría y
por eso no volé a ninguna parte, pendiente de su llegada, que le pasó, por qué
me dejó esperando?
-
Ah, que pena con usted. Había preparado el viaje dos
semanas antes, pero no pude venir porque tenía dolor de cabeza, de espalda y también
los músculos. Tuve desvanecimientos, perdí la voz y la visión. En realidad fue
una crisis dura, pasajera pero fuerte. No hice sino vomitar y gritar enloquecido,
y como además tuve diarrea, la deshidratación fue terrible. Me quedé en los
huesos”. “Uy no”, respondió el cóndor. “Si.
La noticia de mi mala salud se extendió por el reino, y mucha gente fue a
visitarme, a llevarme regalos, medicinas, comida, y a aconsejarme que hiciera
esto o aquello para que me aliviara pronto. Entonces la princesa Pijao, Patasola,
preocupada por mi estado, le pidió al rey del sol, Bochica, que le prestara su
caballo volador con urgencia. Le dijo que lo cuidaría como a su propia vida y
que se lo devolvería pronto, sin ningún daño.
El, amablemente, se lo hizo llegar a los bosques
donde la princesa Patasola vivía con el tigre de fuego de Tierradentro y doce
elefantes blancos, en Campoalegre, en las regiones del Líbano, un poco mas abajo
de la montaña iluminada del Ruiz.
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