miércoles, 2 de julio de 2014

UN CONDOR GENIAL 7 (La fascinante historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los Andes Colombianos)







-         "Entonces la princesa Pijao, Patasola, preocupada por mi estado, le pidió al rey del sol, Bochica, que le prestara su caballo volador con urgencia. Le dijo que lo cuidaría como a su propia vida y que se lo devolvería pronto, sin ningún daño.
El,  amablemente, se lo hizo llegar a los bosques donde la princesa Patasola vivía con el tigre de fuego de Tierradentro y doce elefantes blancos, en Campoalegre, en las regiones del Líbano, un poco mas abajo de la montaña iluminada del Ruiz.
La diosa, desde la puerta de su choza de bahareque y guadua, con pisos de mármol, vio de pronto el caballo en lo alto del espacio, entre las nubes verdes, al lado de la montaña boscosa que tenía rocas de color muy blanco.
Afanada, levantó los brazos en los que tenía pulseras de oro con incrustaciones de piedras preciosas, y le ordenó a las nubes que bajaran rápidamente al lado de su choza. Cuando estuvieron al frente de ella, las tocó con sus manos tan sensuales, que las abrió de modo mágico añadiéndoles un soplo tibio-alentador sacando ligeramente el caballo de allí.
No perdió ni un minuto, lo cogió de las riendas de plata, y acariciándolo en las ancas, en las crines, en las alas grandísimas de plumas de colores que tenía, y en el cuello, despidió a las nubes, que se elevaron otra vez, y sin esperar nada mas. Se montó en él, encima del tapete de piel de puma que lo tapaba desde el cuello hasta la cola, y apurándolo en su vuelo, recorrió un largo espacio entre  nubes encendidas de fuego por el sol.
El caballo agitaba las alas poderoso, avanzando como un rayo entre el viento en remolinos. Muchas veces relinchaba medio enloquecido, respirando jadeante y ansioso con ganas de llegar muy rápido a las propiedades del rey.
“En menos de lo que se demora un pensamiento en llegar otra estrella, y llena de rocío, la princesa Patasola llegó con un paquete de medicinas y pócimas raras a mi palacio.
Hacía cuarenta y tres años que no nos visitaba, y los guardias no querían dejarla entrar porque no la conocían, ni habían oído hablar de ella. Entonces les dijo que no se preocuparan porque éramos viejos amigos y que no tendrían problemas de ninguna clase a causa de su llegada”.
Los guardias enviaron entonces un mensajero para que hablara conmigo, y sabiendo yo que se trataba de la princesa, di la orden para que la dejaran entrar. 
Los vigilantes muy amables ahora, le ayudaron a llevar el caballo a los establos y cuando se aseguró que el animal no tenía peligro, subió las escaleras muy  afanada, hasta entrar a mi habitación.
 Llegó vestida con velos suaves que el pueblo de los Panches le fabricó para esa visita, y una corona de laurel que la hacía ver muy bella y que se la había prestado su amiga Madremonte. Además de las pulseras de oro que tenía, llevaba anchos brazaletes de cristal rojo hechos por sus amigos de Ciudad Perdida, y en su pié, una sandalia dorada que le permitía brincar en su única pata, muy suave y ligero. Tenía un agradable colorcito en las mejillas, y sus labios estaban rojos como fresas a punto de reventarse; había delineado sus ojos con  suaves trazos locos. Su cabello estaba suave y brillante, y todo eso eso la ponía muy sensual y cautivadora. Mas que sensual y cautivante. Ooohhh.
“Buenos días rey”, dijo con sonrisa voluptuosa. Y sin perder tiempo se acercó a mi cama tocándome la frente y el cuello sin pedirme permiso, dándose cuenta que estaba mal de pasiones y muy afiebrado. En un segundo le ordenó a una servidora del palacio, que le trajera agua caliente en una vasija de cristal de Coyaima y cuando la tuvo, me hizo compresas y masajes que me aliviaron en menos de un parpadeo. Me aplicó una inyección para el dolor, y picando la vena de mi brazo izquierdo, me hizo una transfusión de suero Amazónico que acepté agradecido. A las dos horas, ya dormía tranquilo y al día siguiente estuve bien, pero fingí, porque no quería que ella se fuera.  Tiene manos maravillosas, cuerpo enloquecedor y eso es algo cautivante que siempre he deseado.


 

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