lunes, 7 de julio de 2014

UN CÓNCOR GENIAL 8 (La fascinante historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los andes Colombianos)




 Me aplicó una inyección para el dolor, y picando la vena de mi brazo izquierdo, me hizo una transfusión de suero Amazónico que acepté agradecido. A las dos horas, ya dormía tranquilo y al día siguiente estuve bien, pero fingí, porque no quería que ella se fuera.  Tiene manos maravillosas, cuerpo enloquecedor y eso es algo cautivante que siempre he deseado.
 Se había preocupado tanto por mi mal estado y por atenderme bien hasta en lo mas insignificante, que a manera de agradecimiento le pedí que se quedara a vivir en el castillo de las auroras boreales. Ella abrió la boca, y también los ojos, asombrada por el ofrecimiento. Esos ojos se le iluminaron como asteroides quemándose, quedándose muda y mirándome sin decir nada, pero aceptó de inmediato, porque siempre había deseado vivir en ese lugar tan envidiable y tan fantástico.
Después de quince días dedicada a mi cuidado noche y día, y al verme ya vigoroso y activo, supo que podía irse tranquila.
Había regresado a su bosque para arreglar algunas cosas domésticas, pero a la semana siguiente se trasladó a las auroras boreales llevando en uno de los carruajes de la diosa Dulima, con la que se comunicó en secreto en el nevado del Tolima, a través del humo de una hoguera inmensa que hizo en una de las altas montañas de la región, los corotos y cachivaches que tenía en Campo Alegre y que no eran bastantes.
Ahora está feliz y rejuvenecida, no se cambia por nadie. Claro. Se siente la única señora y dueña del castillo boreal y eso está bien, lo merece por estar tan buena.
La próxima semana voy a visitarla. ( ¿…….? )

El día se oscureció mas.
Se pararon un momento arrimando troncos gruesos al fuego para que no se extinguiera y que cóndor tenía en una gran pila en un recodo de la cueva.
La caverna se iluminó intensa y se llenó de chispas de muchos colores dándole magia a ese recinto.
El calor que desprendía los abrigó, procurándoles tranquilidad y alegría. Entonces cada uno, rey y ave, cogieron los perniles del ternero y comieron satisfechos y aplicados, en medio de bromas, risas y recuerdos que habían pasado en sus vidas.
La tarde y la noche se confundieron mientras tanto.
De manera rara a causa de la neblina, al poco rato de haber comido, y sin darse cuenta, se quedaron dormidos junto a la fogata. Roncaron sin problemas y soñaron cosas que después no lograron recordar.
La luz del día siguiente los despertó desde temprano, porque raramente llegó muy brillante, metiéndose derechito a la cueva.
El viejo parpadeó sacudiendo la cabeza, recordando que su visita a la montaña transparente ya había terminado. Se estiró y bostezó abriendo mucho la boca, torciendo el cuerpo haciendo traquiar los músculos y los huesos . . .Volvería a la montaña del Ruiz en otra ocasión cuando no tuviera afán, para disfrutar sin problemas del reino del cóndor, bella región “fuente del agua, fuente de la luz y paraíso del silencio” pensó el rey. Donde vivía el único amigo que tenía en estas elevadas y atractivas montañas.

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