Volvería a la montaña del Ruiz en otra ocasión
cuando no tuviera afán, para disfrutar sin problemas del reino del cóndor, bella
región “fuente del agua, fuente de la luz y paraíso del silencio” pensó el rey.
Donde vivía el único amigo que tenía en estas elevadas y atractivas montañas.
Callado y muy prudente, preparó su morral, en
el que metió algunas cosas que había dejado tiradas por ahí, se frotó las manos
para darse ánimos y acercándose al cóndor con una sonrisa ancha, muy sincera, le
cogió un ala diciéndole: “Pronto volveré, amigo mio. En la próxima ocasión
iremos a los llanos y a los esteros, donde pienso hacer cosas importantes. Sentiremos
calor y sudaremos, al contrario de lo que pasa aquí. . . Está haciendo falta
ese paseo. “Claro. Lo estaré esperando. Me puede mandar algún mensaje con los
indios Sutagaos de Fusagasugá, con los osos grises que ellos crian, o con el
águila roja de la montaña sagrada a la que tanto le gusta a usted ir a invocar a los Dioses”. “Así lo haré. No tenga
duda”
El rey apretó el
ala del cóndor con afecto; dio la vuelta por detrás del montón de leña seca que
el ave mantenía de reserva, caminando hasta la boca del recinto a donde le
llegó una ráfaga de aire helado que terminó de despertarlo y que le diò ànimos
inesperados.
Finalmente bajando
los escalones de hielo, se encontró con un bello día.
Saltó ágil otras
escalas formadas por la nieve en pocas horas y volteó a mirar al interior de la
caverna para despedirse otra vez de su amigo con un movimiento ràpido de la mano.
Acomodó el morral
en el hombro, y caminó un poco hacia el norte, disfrutando de la altura de esa
mole . Setenta metros mas allá, sacó el control remoto de su morral, lo activó para
que su nave se acercara y vio entonces que su trineo espacial se venía
navegando desde donde lo había dejado estacionado. Viajaba suave y silencioso en
el espacio blanco. El aparato descendió hasta el hielo, al lado del viejo que
sin perder ni un minuto subió a el de un pequeño salto. Cerró la puertecita que
había abierto para entrar, y acomodado ya en su aparato, apretó otro botón del control, y el trineo se elevó alejándose sereno encima del hielo, perdiéndose al fin en
el hondo horizonte del occidente, a mas o menos unos ciento ochenta metros de
altura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario