Arrimó mas leña y ramas a la hoguera, y sin perder tiempo encendió fuego con la
piedrita del poder que el rey le había dejado y que botaba llamas quemantes.Pronto el nido se llenó de calor.
El ave notó que los jovencitos se movían acomodándose para seguir durmiendo, sin haberse dado cuenta de nada. El globo había venido al imperio del còndor, desde la ciudad del ruido, empujado por el viento fuerte del mar que mas adelante cruzaron casi sin darse cuenta porque se sintieron hipnotizados por su profundidad.Un día los dos muchachos se montaron en la nave, dejàndose llevar al capricho del aire, entre las nubes verdes, azules y amarillas que se les atravesaban en su aventura excentrica.
La ciudad los miró curiosa desde los altos edificios, desde las calles, desde los estadios y las casas, entre inumerables gestos y señales al cielo, mientras la esfera roja se perdía al otro lado de las montañas entre las nubes rápidas y la brisa caliente del medio día
Pasearon por encima de desiertos calcinantes y salvajes por lo rebelde de su ambiente. Les llegó su calor agobiante y angustioso durante dos días en los que tuvieron mucho sueño y ahogadora sed.
Luego navegaron entre el viento del mar que estaba fuerte, dominante como siempre.
Se dejaron llevar por ese viento a donde querìa, porque no podían hacer nada contra el, entre la canasta de un globo sin mucha fuerza contra el monstruoso viento. Admiraron la hondura, los colores, los movimientos y la fantasía del agua bañada por el sol y por otros rayos de colores inexplicables que caìan reflejando partes del cielo, para luego levantarse y perderse inexplicables en el espacio. Quisieron ahogarse en el color esmeralda que los llamaba insistente e infinito. Confundirse con los peces, las ballenas y las algas, y quedarse viviendo por siempre entre las misteriosas y eternas rocas del fondo. Por las noches contemplaron medio bobos, el prodigio del movedizo cristal entre los reflejos que le daban la luna y muchas estrellas.
El ave notó que los jovencitos se movían acomodándose para seguir durmiendo, sin haberse dado cuenta de nada. El globo había venido al imperio del còndor, desde la ciudad del ruido, empujado por el viento fuerte del mar que mas adelante cruzaron casi sin darse cuenta porque se sintieron hipnotizados por su profundidad.Un día los dos muchachos se montaron en la nave, dejàndose llevar al capricho del aire, entre las nubes verdes, azules y amarillas que se les atravesaban en su aventura excentrica.
La ciudad los miró curiosa desde los altos edificios, desde las calles, desde los estadios y las casas, entre inumerables gestos y señales al cielo, mientras la esfera roja se perdía al otro lado de las montañas entre las nubes rápidas y la brisa caliente del medio día
Pasearon por encima de desiertos calcinantes y salvajes por lo rebelde de su ambiente. Les llegó su calor agobiante y angustioso durante dos días en los que tuvieron mucho sueño y ahogadora sed.
Luego navegaron entre el viento del mar que estaba fuerte, dominante como siempre.
Se dejaron llevar por ese viento a donde querìa, porque no podían hacer nada contra el, entre la canasta de un globo sin mucha fuerza contra el monstruoso viento. Admiraron la hondura, los colores, los movimientos y la fantasía del agua bañada por el sol y por otros rayos de colores inexplicables que caìan reflejando partes del cielo, para luego levantarse y perderse inexplicables en el espacio. Quisieron ahogarse en el color esmeralda que los llamaba insistente e infinito. Confundirse con los peces, las ballenas y las algas, y quedarse viviendo por siempre entre las misteriosas y eternas rocas del fondo. Por las noches contemplaron medio bobos, el prodigio del movedizo cristal entre los reflejos que le daban la luna y muchas estrellas.
Asì siguieron volando, resistendo las batallas
que la naturaleza les ponìa delante,
aprendiéndose
los valles, las montañas, los ríos, los colores y la
fuerza del cielo.
En veintiséis días llegaron a una región selvática
donde vivía gente de piel negra que
corrìa entre los àrboles, señalàndolos y
riendo asombrados. Ellos, desde arriba los
vieron llenos de vida, de fuerza y con muchas ganas
de vivir.
Era la región del Chocó en el país Colombiano.
Pura selva.
Tierras repletas de oro y minerales a las que
gentes extrañas les tenían puesto el ojo desde
hacìa mucho tiempo. Suelos exuberantes y
vírgenes donde la gente
conocía el lenguaje de los gorilas y los pájaros. Allá los sabios y los niños iban
por las
tardes a los pantanos a hablar con los
caimanes que les decían los secretos del agua
embarrada, de los troncos deshechos, de los
animales distraídos y de las
raíces imponentes, poderosas.
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