Cóndor salió saltando en
los lisos escalones.
Sacudió fuerte las alas
despertando el calor en su cuerpo. Volteó a mirar a sus amigos caminando hasta
el borde de una alta roca debajo de la que estaba el vacío. Fueron hasta allá
en silencio.
Sin perder tiempo cóndor
se agachó y estiró una pata para que los muchachos subieran. Les dijo
“Agárrense de las plumas gruesas y no piensen en nada, solo déjense llevar y
así no tendrán miedo.
Fresno puso el pié en la
pata del ave, buscó las plumas para agarrarse, y de un brinco se encaramó en
las anchas costillas emplumadas. Lo mismo hizo Coyaima. Cuando estuvieron entre
el plumaje se rieron con risa rara que
ellos mismos desconocieron.
El buitre les dijo “Acomódense
bien que nos vamos”. Buscaron la cavidad del espinazo y se sujetaron fuerte. Quedaron como piojos en las costillas de un
gallinazo.
El ave prometió ser fuerte
en el viento. Mantendría el entusiasmo y estaría vigilante a toda hora para
decidir con claridad en cualquier emergencia. Volaría como no lo había hecho
nunca, con prudencia y conocimiento.
Se concentró entonces, pidiéndole
a los dioses del viento y de las alturas su cuidado y protección. Inclinó la
cabeza, respiró profundo avivando sus pulmones y su corazón. Juntó las fuerzas, desplegó las alas, saltó
al vacío y planeó suave y vigoroso en el mañanero espacio, formando parte del
viento y convirtiéndose en perfil de la luz.
Al verse tan altos, los
jovencitos sintieron miedo.
Estiraban la cabeza entre
el plumaje para atisbar la velocidad de las montañas que se quedaban atrás en
un momento, sintieron alegría por la altura, por la velocidad en el espacio
azul ladrillo de la mañana.
Vieron abajo la belleza de
los valles, mas allá las montañas en la bruma, los ríos incansables, las nubes
fabricando centenares de figuras. “Es magnífico todo lo que veo”, gritó Coyaima.
Nunca podré olvidar semejante aventura”. “Es como un hechizo, una magia” dijo Fresno
gritando también. “No lo cambio por nada”. “Yo tampoco”. “Bravo cóndor usted es
un campeón”.
Reían y otra vez reían.
El viento y la luz los
ahogaba. “Mire allá una cabaña, que linda es y los colores tan bonitos que tiene”.
“Si ve Fresno ese río de color verde y el otro que corre al lado, de color amarillo?
son grandes, formidables. Las venas de la tierra”. “Y que tal el bosque, no es
fantástico?” “Si, todo es fantástico la tierra es increíble”. “Mire, ese lago
brilla lo mismo que un espejo, con seguridad ahí se mira la luna cada vez que
quiere maquillarse”. “Y esa manada de gacelas está jugando. Se persiguen
corriendo por la espalda de la montaña y entre las rocas”.
“En la historia de la
tierra”, le diría el cóndor un año después al rey del viento, “no hubo un
viaje como aquel. Tener esa responsabilidad con los jóvenes fue atractivo y
angustiante a la vez”.
Vieron un azul hondo en la
distancia. Cayeron en cuenta que eran dueños de un espacio en el que volaban libres, los caminos del aire
tenían la propiedad de ser amplios y seguros.
Fresno que ya estaba
calmado de tantas sorpresas en tan poco tiempo, le propuso al buitre en un grito “Cuéntenos
algo cóndor no se quede callado”. “Como?”. El ave sacudió la cabeza y dijo “Es
que a veces me quedo callado porque reflexiono en cosas necesarias. Ahorita
pienso como encontrar la ruta al rico país a donde vamos. Seguiré tranquilo; lo peor que puede pasar es
dejarme confundir”.
Concentró la
fuerza y navegó formidable. Le había aprendido al rey del viento la importancia
de usar bien la mente y el uso de las facultades en cualquier actividad de la
vida.
Estaba seguro de
hacer un gran viaje, conservando la armonía de la mente y el buen uso de las emociones.
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