Concentró la
fuerza y navegó formidable. Le había aprendido al rey del viento la importancia
de usar bien la mente y el uso de las facultades en cualquier actividad de la
vida.
Estaba seguro de
hacer un gran viaje, conservando la armonía de la mente y el buen uso de las emociones.
El cielo brillaba con los
rayos dorados llegados del sol.
Las nubes creaban figuras
fantásticas que los muchachos interpretaban entusiasmados:
Caballos de un solo ojo,
vestidos con plumas de águilas y con palmas cocoteras en el cuello. Volcanes escupiendo
loros incendiados, y caimanes amarillos
rodando por montañas de colores. Hamacas sostenidas por dientes de tiburones, meciendo
elefantes jorobados. Buques piratas tragados por cataratas de maíz. . .
fresno, medio bobo, miraba
los dibujos celestiales.
“Tantas cosas raras que
tiene el cielo cierto?”. “Si, tiene cosas raras respondió cóndor, quitándose
una carnosidad de la garra derecha junto a la uña del dedo del centro. La
naturaleza es extraña pero bella, y muchas veces incomprensible, sin embargo
hay algo que la destruye ciegamente, es la rutina.
Tenían las cejas y las pestañas
blancas por la escarcha guardada en las nubes, y la piel roja de sol. Sintieron
tapadas las narices y los oídos por el frío del viento. El batir de las alas del
cóndor les producía un rumor adormecedor.
fresno le preguntó
al buitre “Queda lejos el país de los tesoros?”. “No se, ese es el problema que
tengo en éste momento, pero cuando volemos mas, sabremos llegar”, respondió el
ave bajando suave en el aire seco de una región volcánica.
Ahí vieron una montaña
árida, repelente. Negruzca con inmensas piedras milenarias, y centenares de
altas rocas como laberintos desafiantes. Habían ríos de lava de antiguas
erupciones en la cima de la mole y también en las laderas.
A lo lejos, y asombrados
porque habían pensado que allí no vivía nadie, vieron pequeñas figuras humanas caminando
confusas, como animales enjaulados o prisioneros alienados.
Cóndor sentía cansancio
porque llevaba largo rato resistiendo en el aire. Necesitaba relajar las alas
y todos los músculos para reponerse y por eso quiso bajar un momento, buscando
el descanso.
Se desgonzó desde arriba, cayendo
algo pesado, sobre una masa de rocas
entre blancuzcas y amarillas, compañeras del tiempo. De una vez aflojó las alas
para relajarse, mientras fresno y Coyaima se paraban en sus costillas
buscando como tirarse al suelo.
El ave comprendió qué querían,
y dando tres saltos, se puso junto a una roca tan alta como el. Entonces ellos se
pararon en el borde del ala que el pájaro impulsó sin mucha fuerza, para que
cayeran en la reseca y arenosa superficie donde se resbalaron varias veces.
Respiraron hondo,
tranquilizándose. Se quedaron mirando las piedras y la lava volcánica rizada en
las laderas desde hacía décadas. Corrieron sobre las piedras menos altas,
escalaron otras cumbreras y deteniéndose fastidioso, Fresno dijo “Esto aquí es muy aburridor,
parece que no hubiera vida”. “A mi tampoco me gusta contestó Coyaima”.
Como a doscientos metros
vieron la boca del volcán que en éste tiempo estaba apagado, y decenas de
figuras humanas que entraban y salían como hormigas en la boca del
hormiguero.
Eran los fantasmas castigados
por la luz. Seres desconfiados y calvos, ignorantes de todo.
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