jueves, 23 de octubre de 2014

UN CONDOR GENIAL 21 (La historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los Andes Colombianos)



Concentró la fuerza y navegó formidable. Le había aprendido al rey del viento la importancia de usar bien la mente y el uso de las facultades en cualquier actividad de la vida.
Estaba seguro de hacer un gran viaje, conservando la armonía de la mente y el buen uso de las emociones.

El cielo brillaba con los rayos dorados llegados del sol.
Las nubes creaban figuras fantásticas que los muchachos interpretaban entusiasmados:
Caballos de un solo ojo, vestidos con plumas de águilas y con palmas cocoteras en el cuello. Volcanes escupiendo loros incendiados,  y caimanes amarillos rodando por montañas de colores. Hamacas sostenidas por dientes de tiburones, meciendo elefantes jorobados. Buques piratas tragados por cataratas de maíz. . .
fresno, medio bobo, miraba los dibujos celestiales.
“Tantas cosas raras que tiene el cielo cierto?”. “Si, tiene cosas raras respondió cóndor, quitándose una carnosidad de la garra derecha junto a la uña del dedo del centro. La naturaleza es extraña pero bella, y muchas veces incomprensible, sin embargo hay algo que la destruye ciegamente, es la rutina.
Tenían las cejas y las pestañas blancas por la escarcha guardada en las nubes, y la piel roja de sol. Sintieron tapadas las narices y los oídos por el frío del viento. El batir de las alas del cóndor les producía un rumor adormecedor.
fresno le preguntó al buitre “Queda lejos el país de los tesoros?”. “No se, ese es el problema que tengo en éste momento, pero cuando volemos mas, sabremos llegar”, respondió el ave bajando suave en el aire seco de una región volcánica.
Ahí vieron una montaña árida, repelente. Negruzca con inmensas piedras milenarias, y centenares de altas rocas como laberintos desafiantes. Habían ríos de lava de antiguas erupciones en la cima de la mole y también en las laderas.
A lo lejos, y asombrados porque habían pensado que allí no vivía nadie, vieron pequeñas figuras humanas caminando confusas, como animales enjaulados o prisioneros alienados.
Cóndor sentía cansancio porque llevaba largo rato resistiendo en el aire. Necesitaba relajar las alas y todos los músculos para reponerse y por eso quiso bajar un momento, buscando el descanso.
Se desgonzó desde arriba, cayendo algo pesado, sobre una  masa de rocas entre blancuzcas y amarillas, compañeras del tiempo. De una vez aflojó las alas para relajarse, mientras fresno y Coyaima se paraban en sus costillas buscando  como tirarse al suelo.
El ave comprendió qué querían, y dando tres saltos, se puso junto a una roca tan alta como el. Entonces ellos se pararon en el borde del ala que el pájaro impulsó sin mucha fuerza, para que cayeran en la reseca y arenosa superficie donde se resbalaron varias veces.
Respiraron hondo, tranquilizándose. Se quedaron mirando las piedras y la lava volcánica rizada en las laderas desde hacía décadas. Corrieron sobre las piedras menos altas, escalaron otras cumbreras y deteniéndose fastidioso,  Fresno dijo “Esto aquí es muy aburridor, parece que no hubiera vida”. “A mi tampoco me gusta contestó Coyaima”.
Como a doscientos metros vieron la boca del volcán que en éste tiempo estaba apagado, y decenas de figuras humanas que entraban y salían como hormigas en la boca del hormiguero.
Eran los fantasmas castigados por la luz. Seres desconfiados y calvos, ignorantes de todo.






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