viernes, 7 de noviembre de 2014

UN CONDOR GENIAL 23 (La historia de uno de los ùltimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos)


Quizás era la una o las dos de la mañana y entre esa oscuridad cóndor vió el valle de los enanos salvajes famoso por su gente violenta que mantenía en guerra con los pueblos vecinos.
Muchas horas de vuelo había aguantado el pájaro aprovechando la frescura nocturna pero las articulaciones de las alas le pedían descanso y decidió aterrizar.
Bajó en picada, tocó tierra rápidamente doblando las rodillas que semejaban troncos milenarios. Ya en tierra se quedó quieto un momento buscando un lugar para descansar.
Caminó setenta metros a donde alumbraba la luna hasta llegar debajo de algunos árboles viejos y nudosos, cubiertos de musgo como las barbas de un profeta.
El suelo era una pradera verde especial para descansar. Cóndor se tendió en la hierba mientras los muchachos dormían en sus costillas sin darse cuenta de nada. Relajó las alas, estiró las patas, desgonzó el pescuezo hundiéndose en un descanso profundo.
En la noche no había peligro con los habitantes del lugar.
El ave sabía que dormían desde horas tempranas.  A las seis ya dormían pero madrugaban mucho y eso era peligroso porque podían cogerlos en sus profundos sueños.
La noche se fue rumorosa de bosque, de gritos y sereno.
La luz llegó filtrándose entre las nubes, el ramaje, la penumbra y el agua de los lagos; se coló a las cuevas. Iluminó el valle pero los  viajeros no se despertaron, la tensión los había sumido en un sueño de sopor y pesadèz, tenían casi paralizado el cuerpo y muy congestionado el cerebro.
El sitio donde dormían estaba escondido por las malezas y el musgo descolgado de las ramas  gruesas de los àrboles hasta el suelo,  si solo un enano los hubiera visto habrían ido batallones  de ellos a capturarlos. Los hubieran colgado en el árbol de los sacrificios en la plaza principal frente al templo donde celebraban  ritos a los dioses de los fondos terrenales.
Los hubieran amarrado de pies y manos, paralizándoles la cabeza y hasta la espalda para impedirles cualquier movimiento.
Ya eran las tres de la tarde y todavía dormían. De pronto un movimiento involuntario del cóndor estremeció a Fresno que abrió los ojos entre el plumaje tibio.
Vio el paisaje.
Las colinas se elevaban poco, tenía forma de senos de mujer. Respiró los aromas, se animó y saltó del pájaro. Con ese movimiento no se despertó el ave, ni tampoco Coyaima, arrunchado en el calor; entonces los llamó porque el sol bajaba ya en las montañas del otro lado al occidente. "Cóndor genial, cóndor despierte que ya es tarde".
Lo cogió de un ala sacudiéndolo fuerte, el pájaro se despertó asustado con los ojos enrojecidos y lagañosos, levantó la cabeza mirando a todas partes y se puso de pie respirando confundido.
Aleteó vigoroso para despertarse bien, sin darse cuenta que con el aleteo expulsaba a Coyaima que todavía dormía entre sus plumas.
El durmiente se elevó treinta metros como una pelota lanzada a lo alto; se suspendió un instante viniéndo luego en picada peligrosamente. Cóndor vió el error y sin perder ni un  segundo estiró el cuello, abrió el pico y atrapó al jovencito igual que se agarra una gaviota en el mar. Desgonzó el pescuezo poniendo al muchacho en tierra con maliciosa sonrisa.
Coyaima dijo “Qué pasó? soñé que estaba volando como una gaviota en el mar”. “Su sueño era verdad respondió el ave mirándolo incrédulo.




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