El corazón les
late como les late a los monstruos. Inexplicablemente ese órgano quiere dejar
de funcionar y en poco tiempo se les va convirtiendo en una piedra . . . así no tienen sentimientos y se transforman en
verdaderos discípulos de los demonios.
Cóndor levantó la
cabeza, le pareció escuchar un ruido entre las ramas, pero no vió nada anormal.
Siguió diciendo “El jefe del país logró desarrollar la glándula del sonido que
tiene ubicada en el laberinto del oído izquierdo. Eso le permite escuchar los
sonidos mas imperceptibles del ambiente. Para agradecer esos dones a sus
dioses, les hace alabanzas a los cráneos todos los días, durante varias horas,
algunas por la mañana, antes del sol, y otras por la noche, acompañado por los
rayos de la luna y algunas estrellas cómplices.
En las ceremonias infaltables
de los domingos, el pueblo va llegando desde las nueve de la mañana sentándose
en los bancos de la plaza, en los andenes, en los troncos y en el suelo. Llegan con batas rojas desde el cuello hasta
los tobillos, esas batas son el símbolo del poder para ellos. Han venido con coronas
de ramas del árbol sagrado que todos tienen en sus casas, y con palmas
purificadas con aceites y fragancias especiales.
Después de unos
diez minutos de haber iniciado los sacrificios, cantan alegres y a gran voz
durante hora y media. Así, en un raro estado mental que les va llegando y que
los pone en contacto con la magia, gritan retorciéndose y gimiendo a la vez,
porque desconocidos corrientazos les atraviesan el cuerpo sintiéndose poderosos
y dueños de todo lo que los rodea. Danzan alucinados por el ritmo de los
tambores, por la música de las guitarras, de las flautas, los violines y las
marimbas mientras alumbran el último cráneo del combate con doce antorchas
empapadas con grasa humana y fijadas en
las columnas bajo las bóvedas rodeadas de cristales de colores.
Cuando ya todos
están completamente enajenados, queman extrañas plantas en platos de gruesa
arcilla, que van de mano en mano. Aspiran el humo y consiguen tambien un estado
“transportador ” que los lleva a cualquier lugar del universo, dicen ellos.
Ese rito es un
propósito místico y a ello se entregan ardorosos, muy febriles.
Cóndor dejó de
hablar. Caminó despacio y silencioso en la maleza, mirando otra vez entre las altas
ramas. Pasó saliva varias veces, mientras los jovencitos le ponían cuidado
mordiéndose las uñas. “Entonces los siete sacerdotes que ofician la ceremonia”,
siguió diciendo el cóndor, “se ponen a caminar
entre la gente que ahora tiembla de fiebre y deseo, contorsionándose en extravagantes
movimientos. Llevan delgados lazos con los que dan fuetazos a la muchedumbre
inclinada en reverencia. Así pasan el largo rito del día hasta que finalmente
bendicen al pueblo rociándole agua de la laguna oscura, situada a dos kilómetros
del pueblo y que consideran prodigiosa porque tiene excrementos de los caimanes
azules que desde la creación del mundo viven allí.
Agotados también
los sacerdotes, suben al púlpito donde dicen una fórmula sagrada que no falta
en ninguna ceremonia.
“Hemos quedado bendecidos
por el poder del cráneo.
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