viernes, 21 de noviembre de 2014

UN CONDOR GENIAL 25 (La historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los Andes colombianos)




El corazón les late como les late a los monstruos. Inexplicablemente ese órgano quiere dejar de funcionar y en poco tiempo se les va convirtiendo en una piedra . . .  así no tienen sentimientos y se transforman en verdaderos discípulos de los demonios.

Cóndor levantó la cabeza, le pareció escuchar un ruido entre las ramas, pero no vió nada anormal. Siguió diciendo “El jefe del país logró desarrollar la glándula del sonido que tiene ubicada en el laberinto del oído izquierdo. Eso le permite escuchar los sonidos mas imperceptibles del ambiente. Para agradecer esos dones a sus dioses, les hace alabanzas a los cráneos todos los días, durante varias horas, algunas por la mañana, antes del sol, y otras por la noche, acompañado por los rayos de la luna y algunas estrellas cómplices.
En las ceremonias infaltables de los domingos, el pueblo va llegando desde las nueve de la mañana sentándose en los bancos de la plaza, en los andenes, en los troncos y en el suelo.  Llegan con batas rojas desde el cuello hasta los tobillos, esas batas son el símbolo del poder para ellos. Han venido con coronas de ramas del árbol sagrado que todos tienen en sus casas, y con palmas purificadas con aceites y fragancias especiales.
Después de unos diez minutos de haber iniciado los sacrificios, cantan alegres y a gran voz durante hora y media. Así, en un raro estado mental que les va llegando y que los pone en contacto con la magia, gritan retorciéndose y gimiendo a la vez, porque desconocidos corrientazos les atraviesan el cuerpo sintiéndose poderosos y dueños de todo lo que los rodea. Danzan alucinados por el ritmo de los tambores, por la música de las guitarras, de las flautas, los violines y las marimbas mientras alumbran el último cráneo del combate con doce antorchas empapadas con grasa humana y  fijadas en las columnas bajo las bóvedas rodeadas de cristales de colores.
Cuando ya todos están completamente enajenados, queman extrañas plantas en platos de gruesa arcilla, que van de mano en mano. Aspiran el humo y consiguen tambien un estado “transportador ” que los lleva a cualquier lugar del universo, dicen ellos.
Ese rito es un propósito místico y a ello se entregan ardorosos, muy febriles.
Cóndor dejó de hablar. Caminó despacio y silencioso en la maleza, mirando otra vez entre las altas ramas. Pasó saliva varias veces, mientras los jovencitos le ponían cuidado mordiéndose las uñas. “Entonces los siete sacerdotes que ofician la ceremonia”, siguió diciendo el cóndor,  “se ponen a caminar entre la gente que ahora tiembla de fiebre y deseo, contorsionándose en extravagantes movimientos. Llevan delgados lazos con los que dan fuetazos a la muchedumbre inclinada en reverencia. Así pasan el largo rito del día hasta que finalmente bendicen al pueblo rociándole agua de la laguna oscura, situada a dos kilómetros del pueblo y que consideran prodigiosa porque tiene excrementos de los caimanes azules que desde la creación del mundo viven allí.
Agotados también los sacerdotes, suben al púlpito donde dicen una fórmula sagrada que no falta en ninguna ceremonia.
“Hemos quedado bendecidos por el poder del cráneo. 





 

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