Casi pierde el control del vuelo.
Las pelotas le
quemaban aceleradas el plumaje del buche y de las piernas. Cinco le cayeron
en la espalda formando una hoguera grande con sus plumas que fresno y Coyaima
le apagaron con las chaquetas y los
morrales arrojando las bolas incendiadas al vacío de la trágica noche.
“No resisto el dolor, se me está acabando la
sangre y la fuerza, gritó el cóndor aleteando muy difícil, casi cayendo con
gran peligro en el hondo vacio. Tengo dos flechas clavadas en el muslo y no
aguanto el dolor”. “Si? entonces bajemos ya”, gritó Fresno. “Todavía no. Nos faltan
dos kilómetros para salir de éste espacio enemigo. Tengo que aguantar y volar
pero pierdo rápido la sangre. “Baje por favor, gritó Coyaima, así como va, no
resistirá en la ,alturas”. “Resistiré.
Claro que resistiré”, respondió agitado.
Se balanceaba peligrosamente.
Estaba agotado y completamente débil. Pero ese cóndor, concentrado como nunca,
sacó fuerzas de muy adentro y batió las alas poderoso desafiándose el mismo, y
desafiando el aire que a veces se le ponía en contra.
En siete minutos y
por fin al otro lado del país, bajó a la superficie, casi cayendo como una
enorme pelota junto a un arroyo, quedándose tendido allí largo rato, gimiendo y
suplicando que no se le acabara la vida. “Por favor quítenme las flechas, ya no
las aguanto mas. Quítenmelas”. “Ya , ya lo hago”. Contestó Fresno tirándose al
suelo para acercarse al sitio donde el ave tenía clavadas las flechas. “Aguántese
un poquito, mientras las busco entre tantas plumas”. “No se demore por favor”.
Coyaima también
saltó de las costillas del pájaro a tierra.
Los jovencitos buscaron
acelerados entre el plumaje, encontrando dos flechas clavadas bien profundo. “Como
las sacamos?” preguntó coyaima. “Jálenlas duro antes de que se me pase el calor
del vuelo”, decía el ave entre dolientes alaridos.
Los jovencitos se miraron. Se agarraron primero de
una flecha y jalaron fuerte. El arpón
desgarró la carne y el buitre lanzó un alarido como nunca lo habían oido. Se
balanceó en un brinco involuntario, cayendo en un desmayo.
Arrojaron la
flecha a un lado y sin perder tiempo agarraron la otra haciendo lo mismo. Otro
horrible grito salió del ave que cayó definitivamente sin sentido a lo largo de
la tierra.
“Ahora que
hacemos?” preguntó coyaima. “Tenemos que
esperar hasta que recupere el sentido”, respondió fresno.
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