jueves, 4 de diciembre de 2014

UN CONDOR GENIAL 27 (La historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los Andes Colombianos)



Casi pierde el control del vuelo.
Las pelotas le  quemaban aceleradas el plumaje del buche y de las piernas. Cinco le cayeron en la espalda formando una hoguera grande con sus plumas que fresno y Coyaima le  apagaron con las chaquetas y los morrales arrojando las bolas incendiadas al vacío de la trágica noche.
“No resisto el dolor, se me está acabando la sangre y la fuerza, gritó el cóndor aleteando muy difícil, casi cayendo con gran peligro en el hondo vacio. Tengo dos flechas clavadas en el muslo y no aguanto el dolor”. “Si? entonces bajemos ya”, gritó Fresno. “Todavía no. Nos faltan dos kilómetros para salir de éste espacio enemigo. Tengo que aguantar y volar pero pierdo rápido la sangre. “Baje por favor, gritó Coyaima, así como va, no resistirá en la ,alturas”.  “Resistiré. Claro que resistiré”, respondió agitado.
Se balanceaba peligrosamente. Estaba agotado y completamente débil. Pero ese cóndor, concentrado como nunca, sacó fuerzas de muy adentro y batió las alas poderoso desafiándose el mismo, y desafiando el aire que a veces se le ponía en contra.
En siete minutos y por fin al otro lado del país, bajó a la superficie, casi cayendo como una enorme pelota junto a un arroyo, quedándose tendido allí largo rato, gimiendo y suplicando que no se le acabara la vida. “Por favor quítenme las flechas, ya no las aguanto mas. Quítenmelas”. “Ya , ya lo hago”. Contestó Fresno tirándose al suelo para acercarse al sitio donde el ave tenía clavadas las flechas. “Aguántese un poquito, mientras las busco entre tantas plumas”. “No se demore por favor”.
Coyaima también saltó de las costillas del pájaro a tierra.
Los jovencitos buscaron acelerados entre el plumaje, encontrando dos flechas clavadas bien profundo. “Como las sacamos?” preguntó coyaima. “Jálenlas duro antes de que se me pase el calor del vuelo”, decía el ave entre dolientes alaridos.
Los  jovencitos se miraron. Se agarraron primero de una flecha y jalaron fuerte.  El arpón desgarró la carne y el buitre lanzó un alarido como nunca lo habían oido. Se balanceó en un brinco involuntario, cayendo en un desmayo.
Arrojaron la flecha a un lado y sin perder tiempo agarraron la otra haciendo lo mismo. Otro horrible grito salió del ave que cayó definitivamente sin sentido a lo largo de la tierra.
“Ahora que hacemos?”  preguntó coyaima. “Tenemos que esperar hasta que recupere el sentido”, respondió fresno.


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