Ahora como se
siente después del milagro?”. “Me siento bien. Las quemaduras me laten y me
arden un poquito pero estoy bien”. “Seguro
las flechas estaban envenenadas” comentó Fresno cogiendo una que estaba
cerca, mirándole la punta, atento. Usted
tenía mucha baba en la naríz y en el pico, y temblaba feo. También estaba muy caliente
seguro por la fiebre”.
Se acercó al
cóndor tocándole las alas y el pescuezo. No tenía calor, y en la naríz y el
pico la baba ya no se descolgaba. El estremecimiento y la congestión le habían desaparecido también. Ahora pasen la
piedrita por encima de las quemaduras que me hicieron las bolas de fuego. Necesito
estar bien para seguir el camino”. “Dígame donde le arde”. “El cuero del buche
me arde y también debajo de las alas y en la espalda”. “Entonces espere le miro
el buche”.
Corrieron allá. Fresno
y Coyaima le vieron las plumas calcinadas, en ceniza, y la piel ampollada,
enrojecida. Habían pedazos de cuero grasosos, recogidos a un lado junto a las
plumas. Coyaima le dijo a Fresno “Déjeme yo lo hago”.
Fresno le pasó la
piedrita a su amigo, y coyaima se acercó a la quemadura. La pasó varias veces casi
tocándola, y como algo natural, la piel le cambió apareciendo sana de inmediato.
Las plumas
empezaron a crecer, alcanzando en siete minutos el tamaño normal. Eran mas
lindas, de mejor color y mas brillantes……….como un cóndor muy joven “Si ve ese prodigio que está pasando cóndor?”.
“Si, parece increíble todo esto, y ahora ya no tengo ardor”. “Con esa piedrita
somos poderosos”. “Si”.
“Cual es el poder que
tiene? Preguntó Coyaima. “Es difícil saberlo. Lo único que sé es que el rey del
viento, ese gran aliado, conoce los secretos de la naturaleza y pone esos
secretos en las piedras que le regala a sus amigos”.
Lo miraron siguiendo
en sus curaciones, mandaron la luz escarlata de la piedra a otras ulceraciones,
a los muslos, al pescuezo, al nacimiento de las alas y a las costillas. Manojos
de plumas crecieron frente a ellos y cóndor se rejuveneció. Fresno se acercó a
la pata del ave, buscó la rugosidad y
abriéndola sin mucho esfuerzo, metió la piedrecilla asegurándola bien. Al instante
iluminó mas su escondite con el rojo escarlata.
“Ya está todo
bien. Ahora podemos seguir el viaje”, dijo Fresno. “Si eso es lo que hay que
hacer, aprovechemos bien el tiempo”,
contestó coyaima.
Treparon contentos
al ave, revisando las plumas nuevas, jalándolas para probar si resistían su
fuerza. Vieron que todo estaba bien y que ni siquiera el olor a chamusquina
había quedado.
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