jueves, 1 de enero de 2015

UN CONDOR GENIAL 30 (La historia de uno de los ùltimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos)



“Ya está todo bien. Ahora podemos seguir el viaje”, dijo Fresno. “Si eso es lo que hay que hacer, aprovechemos bien el tiempo”,  contestó coyaima.

Treparon contentos al ave, revisando las plumas nuevas, jalándolas para probar si resistían su fuerza. Vieron que todo estaba bien y que ni siquiera el olor a chamusquina había quedado.

 

Volar  en la penumbra era bueno por la frescura del aire y por el rocío de las nubes que se pegaba en la piel.

 Cóndor veía las estrellas titilando y las nubes como fantasmas navegando despacio, en otros momentos aceleradas, llevando mensajes de agua y frio a los árboles y a la tierra.

Atravesó dos ríos caudalosos, escuchando su ruido como cataratas de otros mundos precipitándose sordas en los abismos, estrellándose en los cristales muy abajo entre la espuma rebelde y agonizante que nacía y moría al mismo tiempo. Esos ríos estaban repletos de peces iluminados como las luces en las avenidas de una gran ciudad. Entonces, asombrados por esa maravilla, dieron tres vueltas y bajaron para mirar de cerca los  peces de luz subiendo y bajando en el río en un juego interminable con ellos mismos y con el agua, consumiéndose y saltando otra vez en la superficie de colores. “La naturaleza tiene cosas raras”, dijo el ave buscando la dirección para seguir su ruta.

Fresno miró de nuevo  el río. No olvidarìa nunca ese espectáculo asombroso. Los peces iluminados lo dejaron callado, igual que  a Coyaima.

Volaron sobre valles dormidos. Dejaron atrás, lagos extensos como ojos gigantes en vigilia, las llanuras retrocedían también. Bosques soñolientos, se quedaban cabizbajos con los secretos guardados en sus raíces, en sus flores y sus hojas.

Mientras se ponía la chaqueta y se acomodaba entre las plumas, Coyaima comentó en voz alta “Viajar aquí es mejor que ir en globo, es mas desafiante ”. “Claro. Se siente la fuerza del cóndor, se tiene visión de la tierra y se siente el viento con gran furor”, contestó Fresno.

Quizás por el veneno de las flechas y por las hondas quemaduras, el pájaro sintió sueño.

Algo raro estaba pasando en su cabeza. Tenía pesadillas, roncaba y graznaba al mismo tiempo, en extrañas convulsiones. Cabeceaba en eléctricos movimientos y en escalofrios incontrolados. Se le escurría la baba. En las narices le hervía la espuma, y las garras se le encogían en espasmos, lo mismo que las alas que se le desgonzaban involuntarias.

Descendían peligroso en el hondo espacio.

La  caída del pájaro asustó a los jóvenes que escucharon gritar al ave “No me las corten no me las corten, no me hagan ese mal porque pierdo la fuerza y el poder. Por favor no, no”.




 
 
 
 
 
 

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