. . . Entonces
asombrados, los jovencitos se cogieron de las manos prometiendo defender a su
amigo de los titanes Jupiterianos. No dejarían que le cortaran las alas al
amigo del rey del viento.
Volaron toda la
noche entre débiles rayos de estrellas que caìan desmayados a la tierra.
Por la mañana el
sol se vino con abundantes rayos sofocantes, envolviendo extensas regiones de
aire y tierra. Eran mas o menos las ocho y media de la mañana.
Abajo estaba la
ciudad de los hombres de piedra milenariamente asentada en la arena.
Un ambiente pesado
vieron los viajeros allì, y aunque no les gustó, pensaron que no podían dejar
de bajar, porque quizás encontrarían algo interesante para su viaje y para sus
vidas que necesitaban direcciòn. “Uno tiene que mantener la mente abierta
frente a todas las cosas” pensó el cóndor.
Bajó en un
círculos, permitiéndoles mirar las ruinas detenidamente desde arriba. Eran miles
de estatuas de piedra en infinidad de posiciones… una ciudad destruida.
Pequeños muros viejos,
musgosos y agrietados, columnas reventadas,
con el hierro descascarado por dentro, rastros todavía vivos de casas y edificios.
Calles desmoronadas ya perdidas, restos de carros, de aviones y el calor y el
viento encima de la destrucción, terminando implacables con lo que quedaba.
Puso finalmente las
garras encima de la arena amarilla y seca.
Crecían cardos entre las piedras,
entre las esculturas y los edificios. Saltaron al suelo. Fresno por un lado y coyaima
por el otro.
Pequeñas piedras brincaban
persistentes entre la arena a causa del intenso calor. Sus átomos las impulsaban
magnéticamente por las altas temperaturas para luego derretirse en un aceite
perfumado que las estatuas chupaban voraces con sus raíces casi fosilisadas.
Miles de estatuas en
tantas posiciones trajeron al recuerdo de fresno una historia que su padre le había
contado meses atrás, en una noche càlida. Por eso le preguntó al ave “Aquí fue donde un mago vagabundo convirtió a
los habitantes en estatuas de piedra?” “Si, por qué?” Le preguntó el cóndor. “Lo
que pasa es que mi padre me contó la historia de la gente de aquí. Me dijo que
hace cuatrocientos ochenta años un mago vagabundo, poderoso y mendigo,
transformó a la gente en estatuas porque en la escuela de magia donde estudiaba,
no le quisieron dar la fórmula que lo convertiría en cocodrilo.
Era la
transformación que necesitaba para obtener los favores de las princesas rayadas
y para tener influencia en los gnomos del suroeste de las estepas.
Un día, muy
ansioso, entró a su escuela, ubicada en el centro de la ciudad, implorándole a los instructores que le dieran
la fórmula. Les prometió que no la usaría mal y que como le faltaba poco para
graduarse les hacía esa solicitud . . Pero lo que pasaba secretamente era que las
princesas rayadas lo acosaban para que les enseñara los artificios del amor y el
no podía hacerlo sino con la fórmula.
Les rogó y rogó a
los maestros, les suplicó el favor de la fòrmula hasta la vergüenza. Lloró
delante del alto mago y maestro pero nada, la institución fue inflexible porque
sabían que el mago vagabundo usarìa su poder en el mal. (................................................)
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