jueves, 15 de enero de 2015

UN CONDOR GENIAL 32 (La historia de uno de los ùltimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos).



. . . Entonces asombrados, los jovencitos se cogieron de las manos prometiendo defender a su amigo de los titanes Jupiterianos. No dejarían que le cortaran las alas al amigo del rey del viento.

 

Volaron toda la noche entre débiles rayos de estrellas que caìan desmayados a la tierra.

Por la mañana el sol se vino con abundantes rayos sofocantes, envolviendo extensas regiones de aire y tierra. Eran mas o menos las ocho y media de la mañana.

Abajo estaba la ciudad de los hombres de piedra milenariamente asentada en la arena.

Un ambiente pesado vieron los viajeros allì, y aunque no les gustó, pensaron que no podían dejar de bajar, porque quizás encontrarían algo interesante para su viaje y para sus vidas que necesitaban direcciòn. “Uno tiene que mantener la mente abierta frente a todas las cosas” pensó el cóndor.

Bajó en un círculos, permitiéndoles mirar las ruinas detenidamente desde arriba. Eran miles de estatuas de piedra en infinidad de posiciones… una ciudad destruida.

Pequeños muros viejos, musgosos  y agrietados, columnas reventadas, con el hierro descascarado por dentro, rastros todavía vivos de casas y edificios. Calles desmoronadas ya perdidas, restos de carros, de aviones y el calor y el viento encima de la destrucción, terminando implacables con lo que quedaba. 

Puso finalmente las garras encima de la arena amarilla y seca.
Crecían cardos entre las piedras, entre las esculturas y los edificios. Saltaron al suelo. Fresno por un lado y coyaima por el otro.

Pequeñas piedras brincaban persistentes entre la arena a causa del intenso calor. Sus átomos las impulsaban magnéticamente por las altas temperaturas para luego derretirse en un aceite perfumado que las estatuas chupaban voraces con sus raíces casi fosilisadas.

Miles de estatuas en tantas posiciones trajeron al recuerdo de fresno una historia que su padre le había contado meses atrás, en una noche càlida. Por eso le preguntó al ave  “Aquí fue donde un mago vagabundo convirtió a los habitantes en estatuas de piedra?” “Si, por qué?” Le preguntó el cóndor. “Lo que pasa es que mi padre me contó la historia de la gente de aquí. Me dijo que hace cuatrocientos ochenta años un mago vagabundo, poderoso y mendigo, transformó a la gente en estatuas porque en la escuela de magia donde estudiaba, no le quisieron dar la fórmula que lo convertiría en cocodrilo.

Era la transformación que necesitaba para obtener los favores de las princesas rayadas y para tener influencia en los gnomos del suroeste de las estepas.

Un día, muy ansioso, entró a su escuela, ubicada en el centro de la ciudad,  implorándole a los instructores que le dieran la fórmula. Les prometió que no la usaría mal y que como le faltaba poco para graduarse les hacía esa solicitud . . Pero lo que pasaba secretamente era que las princesas rayadas lo acosaban para que les enseñara los artificios del amor y el no podía hacerlo sino con la fórmula.

Les rogó y rogó a los maestros, les suplicó el favor de la fòrmula hasta la vergüenza. Lloró delante del alto mago y maestro pero nada, la institución fue inflexible porque sabían que el mago vagabundo usarìa su poder en el mal.   (................................................)

 

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