Un día, muy
ansioso, entró a su escuela, ubicada en el centro de la ciudad, implorándole a los instructores que le dieran
la fórmula. Les prometió que no la usaría mal y que como le faltaba poco para
graduarse les hacía esa solicitud . . Pero lo que pasaba secretamente era que las
princesas rayadas lo acosaban para que les enseñara los artificios del amor y el
no podía hacerlo sino con la fórmula.
Les rogó y rogó a
los maestros, les suplicó el favor de la fòrmula hasta la vergüenza. Lloró
delante del alto mago y maestro pero nada, la institución fue inflexible porque
sabían que el mago vagabundo usarìa su poder en el mal
Después de la actitud
negativa de los instructores, salió por las calles maldiciendo enloquecido,
después de haberlos injuriado y de haber dado un portazo inolvidable que casi
quiebra las paredes de la escuela. Pataleó en el rincón de una calle central,
echando espuma por la boca, llorando inconsolable y gritando iracundo con
berridos que llamaron rápido la atención
de los vecinos. Los ojos se le pusieron como dos bolas de fuego, y llamas
quemantes caìan de ellos, calcinando todo aquello que estaba a su alcance. Se
espelucó alocadamente tambièn. Caminó mucho rato, sin ruta, seguido por la
mirada de la gente que lo observaba curiosa y aterrada, porque a ese hombre lo distinguían
desde niño y ahora estaban asombrados viéndolo asì de cambiado. Finalmente cayò
cansado, inconsciente y soñoliento al borde de un camino embarrado, ya lejos de
la ciudad.
Allà durmió pesado
como una piedra. Se despertó a las cuatro horas, transformado en una especie de
fiera incontrolable, decía Fresno.
El mago vagabundo juró
no respetar nada ni a nadie porque lo habían ofendido en su mas hondo sentir y eso
no lo toleraba.
Un viernes a las
cinco de la tarde se encerró en su casa después de conseguir en varias tiendas
y con amigos sospechosos, sustancias raras y objetos misteriosos.
Encendió luces de
colores por todos los rincones de su casa, por las habitaciones, las escaleras,
en el patio y los zaguanes que mantenían siempre en penumbra.
Empezando el rito
que tenía programado para despertar sus
poderes, levantò los brazos al espacio haciendo contorsiones forzadas frente
a una imagen de la diosa Patasola que estaba entre flores y hierbas perfumadas,
en un altar improvisado. Invocó al dios
de las piedras y a Mohán, que viviàn en el nevado del Tolima, en el país de la
nieve. Los conjuró mucho rato para que llegaran a su lado y escucharan las misiones
delicadas que les iba a encargar. Esa rara invocaciòn se alargò por doce horas
y los dioses no llegaban porque según percibió en su enajenado estado, se habían
ido para el Chocò a pedirle un favor al dios de los indios Waunana. Pero después
de muchas horas y acercándose Mohan al país de los Pijaos, sintieron el apremiante
llamado del vagabundo, que les iba quitando su paz con esa loca y persistente invocaciòn.
Entonces Mohán, sin comer nada y sin hablar con nadie, se subió a su carruaje
de fuego y transformándolo en rayo llegó en menos de un momento, a la casa del
hechicero.
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