miércoles, 28 de enero de 2015

UN CONDOR GENIAL 34 (La historia de uno de los ùltimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos)




 Pero después de muchas horas y acercándose Mohan al país de los Pijaos, sintieron el apremiante llamado del vagabundo, que les iba quitando su paz con esa loca y persistente invocaciòn. Entonces Mohán, sin comer nada y sin hablar con nadie, se subió a su carruaje de fuego y transformándolo en rayo llegó en menos de un momento, a la casa del hechicero.

Se desmontó de un salto en el patio trasero de esa casa, mientras el mago tendido en el suelo, lo saludaba despreciable e indigno. Le hizo venias interminables arrastrándose en ardorosas sùplicas, luego levantó la cabeza  y dijo al corpulento dios, “Gracias divino Mohán por venir a ayudarme. Le suplico que me perdone la insistencia en mi llamado pero es que necesito pedirle un favor urgente.

Se tendió otra vez bocabajo sin mirar a su divino visitante que tenía un pié en el carro de fuego listo a irse, porque no le gustaba la actitud del mago vagabundo. “Lo que pasa, perpetuo Mohan, es que quiero convertir a los habitantes de ésta ciudad en estatuas de piedra porque sus gobernantes me han ofendido gravemente. No quieren entregarme la fórmula para transformarme en cocodrilo y eso no lo perdono, porque tengo derecho a eso como cualquier estudiante de magia. Ayúdeme por favor divino Mohán.No me deje solo en este delirio.

Lloró y llorò aumentando el odio en su corazòn. Los ojos se le enrojecieron de nuevo como bolas de candela, y una serpiente roja, muy peligrosa le nació en la cola. Amenazaba a Mohàn con su lengua partida echando veneno quemante a derecha e izquierda porque asì lo querìa el mago, para dañar a todo el que se acercara.

     Inexplicablemente, un ruido aterrador de fin del mundo se escuchó por mucho rato en la ciudad. Eran gritos, pedidos de ayuda y lamentos por todas partes, mientras la ciudad caia en pedazos. Los edificios se quebraban destrozándose en partìculas. Terremotos paralizantes estremecieron la tierra, abrièndola en muchos sitios, tragándose todo en esas enormes y hambrientas bocas.

Tornados de vientos iracundos despedazaban los techos, las paredes de las casas, de los edificios. La vegetación de los campos se secaba en instantes y los ríos desaparecían devorados por la arena. Truenos y relámpagos, decía Fresno, caían mortales, incendiando el aire y todo  lo que encontraba. El cielo se agrietaba y diluvios de arena venìan del espacio cubriendo las calles, los patios, las avenidas, la ciudad completa. Eso duró desde las seis de la tarde hasta las tres de la madrugada.  

Mientras tanto el mago tuvo crisis horribles entre aterradores gritos, mientras el corazón se le transformaba en una roca como el hierro. Al final de semejante cataclismo, estando todo calmado, salió el hombre de su casa a la que no le había pasado nada, encontrando la ciudad destruida.

Los habitantes se habían transformado en estatuas de piedra quedando en miles de posiciones como un enorme museo. Estaban tirados en tierra. Otros en actitud de caminar, sentados o huyendo o comiendo. Mujeres pariendo y parejas suplicando al cielo. Madres con hijos en brazos, otras en las cocinas. Era el museo de un artista enloquecido.

Pero no eran completamente estatuas, dijo Fresno. Aunque perdieron la mente y el sentir, les nacieron raíces en el cuerpo que estaba en contacto con la arena. Asì se alimentaban con el aceite de las piedras derretidas.

 

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