martes, 10 de febrero de 2015

UN CONDOR GENIAL 36 (La historia de uno de los ùltimos còndores que nos quedan en los Andes Colomb ianos)




En ese momento a la estatua se le perdió la mirada y la voz

Y los viajeros se fueron por un corredor de columnas desmoronadas hasta un campo fresco entre el aire caliente de esa hora. “Ya tenemos la clave para llegar al país que queremos, se dan cuenta? la vida va poniendo las cosas cuando es el momento, dijo el cóndor levantando las alas para que le entrara aire y lo refrescara un  poco.

Antes del amanecer, se alzaron en un vuelo silencioso entre nubes oscuras. Navegaron hasta las siete de la mañana, siguiendo la corriente de un río violeta ancho y turbulento, en sus orillas crecían árboles grandes y muy verdes.

Luego del vuelo sobre la corriente, vieron la desembocadura en la laguna de Guatavita muy famosa por sus riquezas de oro y esmeraldas. En el fondo reposaban noventa y siete baúles de oro y piedras preciosas que los antiguos habitantes indígenas de ahí escondieron para que los extranjeros no se los robaran, dijo el cóndor.

Los que se aventuran a meterse en sus aguas se transforman en hombres de oro y en hombres de diamante quedándose por siempre en el fondo, en compañía de los dioses minerales.

Cóndor buscaba un lugar para aterrizar. Recordó que ahí, en esa laguna, vivían los peces águila, guardianes de las riquezas. Bajó parándose en una roca de color blancuzco rodeada de arbustos de tallos rojos y hojas puntiagudas.

Las ganas de bañarse y de nadar acosaban a .coyaima que casi se tira de las espaldas del ave al lìquido, pero se acordó de no tocar el agua por el relato que había narrado el cóndor. No quería ser un muchacho de diamante.

 Corrieron con Fresno por la orilla, estirando los músculos y relajándose. Hicieron ejercicios mirando el brillo del agua que se reflejaba en el aire y en las nubes. Mas allá, las montañas eran azules por la bruma.

Cóndor les dijo “Aquí viven los peces águila, conocidos por muchos, aseguran que son extremadamente  peligrosos. Ni se les vaya a ocurrir meterse en el agua porque acabarán devorados por ellos, o contrariamente, se trasformarán en muchachos de diamante.

Esos peces tienen aletas que les sirven de alas. Vuelan y nadan a grandes velocidades; con su pico destrozan las carroñas y la gente que por ignorancia se mete en la laguna.

Ven a sus víctimas desde cuatro mil metros, lanzándose sobre ellas con velocidad  y devorándolas en un instante porque son centenares. Todos atacan de una vez. “Yo los quiero ver”, dijo Fresno. “No se afane, ahora mismo saldrán a vigilarnos porque me tienen ganas desde hace tiempos, una vez maté a muchos en combate y eso no lo olvidan”.
 
 
 

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