Esos peces tienen
aletas que les sirven de alas. Vuelan y nadan a grandes velocidades; con su pico
destrozan las carroñas y la gente que por ignorancia se mete en la laguna.
Ven a sus víctimas
desde cuatro mil metros, lanzándose sobre ellas con velocidad y devorándolas en un instante porque son
centenares. Todos atacan de una vez. “Yo los quiero ver”, dijo Fresno. “No se
afane, ahora mismo saldrán a vigilarnos porque me tienen ganas desde hace
tiempos, una vez maté a muchos en combate y eso no lo olvidan”.
Cincuenta y seis
peces colorados salieron raudos desde el centro de la laguna, subiendo vengativos
al espacio claro. Como flechas se lanzaron contra el ave clavándose con cabeza
y aletas en su carne, desplumándolo y casi destrozándolo en menos de un respiro.
Entonces el buitre en estado de asombro y valor, brincó y aleteó con fortaleza algunos
minutos para quitárselos de encima, pateó enloquecido estrujándose como nunca
lo había hecho en su larga vida.
Asì los peces se
alejaron impotentes porque no podían atacarlo. Se metieron de nuevo en picada
en la laguna para luego salir acompañados de otros setenta y dos peces que
atacaron al cóndor en la cabeza, en el cuello, las alas y en todo el cuerpo.
A uno de los peces
le llamó la atención el punto de luz escarlata en la pata del ave, donde tenía la
piedrita del poder, y lo picoteó allí con curiosidad. Entonces un resplandor de
colores intensos rodeó al buitre, y de modo inexplicable cayeron fulminados
ciento cinco peces voraces que se convirtieron en carbones completamente
calcinados mientras los otros huyeron lanzando raros chillidos hasta consumirse
en el fondo de la laguna donde se escondieron acobardados.
Adolorido, cóndor
sintió que la sangre le bajaba por el cuello empapándole las alas, las piernas,
el buche. Se arrastró a un lado del pasto junto a los árboles porque el dolor
era mucho, lo mismo que la debilidad por la pèrdida fulminante de la sangre.
Sin perder tiempo,
Fresno que había visto el ataque con detalle, cogió ramas y raíces y machacándolas
encima de una piedra, las puso en las heridas del buitre procurando curarlo. Le
exprimió el zumo dejándolo caer en la carne abierta, finalmente le hizo
emplastos mientras el ave permanecía acostada quejándose mucho, con los ojos
casi agonizantes.
Fresno se acercó a
la pata izquierda del buitre donde estaba la piedrita del poder y la sobó suave.
Inexplicablemente el ave levantó la cabeza con fortaleza y mucho brio. Las
heridas se le habían cerrado prodigiosamente.
En ese momento un pez transparente salió como
una lanza desde el fondo de la laguna.
Tenía tres metros
de largo y era ancho; los pulmones el corazón el hígado, las tripas, todo su
aparato vital y hasta el esqueleto se lo vieron los viajeros impresionados. El
corazón le palpitaba furioso y la sangre le corría a gran velocidad. De repente,
y a veintiocho metros de altura, un pensamiento se le salió por los oídos
cayendo en la superficie líquida como una gota de aceite muy espesa. Hizo cluc
al chocar y se extendió en las ondas como la electriciidad. Cardúmenes de peces
subieron entonces a leer el pensamientor:
“Cóndor se ha
recuperado porque tiene la piedra del poder. No podemos hacerle nada a èste
monstruo, las fuerzas de la naturaleza lo protegen”.
Todos los peces saltaron
entonces como relámpagos a la superficie para mirar al ave con respeto; muchos
lo odiaron pero bajaron veloces a las profundidades quedándose ahí el tiempo
que fuera preciso hasta que el ave se marchara. . .atacar a un enemigo de esa
categoría era imposible. El otro pez, al
que se le había caído el pensamiento, voló despavorido a lugares tranquilos.
Como si no hubiera
pasado nada, cóndor aleteó vigoroso inclinándose para que sus amigos se
encaramaran en la espalda y les dijo “Vámonos no quiero que me ataquen otra vez”.
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