martes, 24 de febrero de 2015

UN CONDOR GENIAL 38 (La historia de uno de los ùltsimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos)

 
 



Como si no hubiera pasado nada, cóndor aleteó vigoroso inclinándose para que sus amigos se encaramaran en la espalda y les dijo “Vámonos no quiero que me ataquen otra vez”.

Se elevaron. Perforaron nubes oscuras, siniestras; sintieron el viento cargado de magnetismo y de fuerte electricidad. Una furia contenida del espacio y de las nubes se depositaba en las moléculas còsmicas. En medio de semejante anuncio de tormenta, volaron cincuenta minutos zarandeados por los contradictorios vientos.
Inimaginables vendavales crecían haciendo remolinos, capaces de espantar a los diestros habitantes del aire. Cóndor no podía equilibrarse. Las alas y el cuerpo empezaban a mojársele por los goterones que caían. El viento se colaba en sus plumas, debajo de las alas y en su cola elevándolo  y ladeándolo también. Por momentos se sentía sin fuerzas pero como no olvidaba que debía llegar ligero a la serranía de los cedros se prometió aguantar aunque el viento arreciara.

Dentro de poco el sol caería del cielo y ellos debían estar en la serranìa para verlo y para esperar al caballo de sangre verde que la estatua les había anunciado.

De pronto la furia celestial se desató.  Truenos miedosos corrieron entre las nubes acelerando el diluvio. Rayos mortales bajaban partiendo árboles, matando animales, incendiando casas y bosques. En la selva se escuchó un ruido sordo porque un rayo chocó en el borde de una roca formando un incendio de color azul y amarillo que se elevó quemando árboles viejos y muchos troncos y maleza muy espesa.
Cóndor siguió volando: “La fuerza de la naturaleza no me ganará en èsta ocasión , llegaré en poco tiempo a la Serranía de los Cedros”, pensó.
Fresno le gritó con fuerza “Cóndor baje que es peligroso volar con èsta tempestad, de pronto nos caemos de su espalda o nos parte un rayo a todos. Se le empaparán las alas y no podrá volar, baje ya, no sea tan terco”. “No, todavía aguanto mas.  Tranquilo, no saben que hay que llegar rápido a la serranía?”
Un rayo pasó cerca estremeciéndolos, y luego otro y otro mas entre truenos poderosos. La tormenta se convirtió en diluvio y asì pasó una hora. Como el buitre no aguantó mas, adelantó la pata en la que tenía la piedra del poder y doblando el pescuezo la picoteó diciendo “La tormenta debe acabarse ya, el cielo se pondrá en paz inmediatamente”. Y milagrosamente su deseo se cuumpliò. Los jóvenes se alegraron al ver el fin de la tormenta. Después de tanto bregar en la soberbia del espacio, llegaron a un lugar donde el aire era tibio y calmado Era un llano rodeado de bajas montañas azulosas. Estaba entumecido el buitre. Su plumaje empapado le daba frío, se le pegaba a la piel,  parecía muy débil. El se dio cuenta, y afanado se sacudió brutal olvidando que en sus costillas estaban los jovencitos. Fue tal la sacudida, que sus amigos volaron entre tumbos en el pasto que  les amortiguó el golpe.
El ave cayó en cuenta de lo que había hecho, y corriendo a ayudarlos les dijo “Que pena muchachos, me olvidé de ustedes”. Ellos voltearon a mirarlo, disgustados. Fresno contestó “Pierde fácil la memoria, amigo, debe tener mas cuidado.
Cóndor no contestó. Agachó la cabeza y se sacudiò mientras los jovencitos se quitaban la ropa para extenderla en el pasto.
Vieron las montañas elevándose para luego descender y volver a subir con una línea de luz blanca y azul en sus siluetas.




 

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