Como si no hubiera
pasado nada, cóndor aleteó vigoroso inclinándose para que sus amigos se
encaramaran en la espalda y les dijo “Vámonos no quiero que me ataquen otra vez”.
Se elevaron. Perforaron nubes oscuras,
siniestras; sintieron el viento cargado de magnetismo y de fuerte electricidad.
Una furia contenida del espacio y de las nubes se depositaba en las moléculas còsmicas.
En medio de semejante anuncio de tormenta, volaron cincuenta minutos zarandeados
por los contradictorios vientos.
Inimaginables vendavales crecían haciendo
remolinos, capaces de espantar a los diestros habitantes del aire. Cóndor no podía equilibrarse. Las alas y el
cuerpo empezaban a mojársele por los goterones que caían. El viento se colaba
en sus plumas, debajo de las alas y en su cola elevándolo y ladeándolo también. Por momentos se sentía
sin fuerzas pero como no olvidaba que debía llegar ligero a la serranía de los
cedros se prometió aguantar aunque el viento arreciara.
Dentro de poco el sol caería del cielo y ellos
debían estar en la serranìa para verlo y para esperar al caballo de sangre
verde que la estatua les había anunciado.
De pronto la furia celestial se desató. Truenos miedosos corrieron entre las nubes
acelerando el diluvio. Rayos mortales bajaban partiendo árboles, matando
animales, incendiando casas y bosques. En la selva se escuchó un ruido sordo porque
un rayo chocó en el borde de una roca formando un incendio de color azul y
amarillo que se elevó quemando árboles viejos y muchos troncos y maleza muy
espesa.
Cóndor siguió volando: “La fuerza de la
naturaleza no me ganará en èsta ocasión , llegaré en poco tiempo a la Serranía de los Cedros”,
pensó.
Fresno le gritó con fuerza “Cóndor baje que es
peligroso volar con èsta tempestad, de pronto nos caemos de su espalda o nos
parte un rayo a todos. Se le empaparán las alas y no podrá volar, baje ya, no
sea tan terco”. “No, todavía aguanto mas. Tranquilo, no saben que hay que llegar rápido
a la serranía?”
Un rayo pasó cerca estremeciéndolos, y luego
otro y otro mas entre truenos poderosos. La tormenta se convirtió en diluvio y
asì pasó una hora. Como el buitre no aguantó mas, adelantó la pata en la que
tenía la piedra del poder y doblando el pescuezo la picoteó diciendo “La
tormenta debe acabarse ya, el cielo se pondrá en paz inmediatamente”. Y
milagrosamente su deseo se cuumpliò. Los jóvenes se alegraron al ver el fin de
la tormenta. Después de tanto bregar en la soberbia del espacio, llegaron a un
lugar donde el aire era tibio y calmado Era un llano rodeado de bajas montañas
azulosas. Estaba entumecido el buitre. Su plumaje empapado le daba frío, se le
pegaba a la piel, parecía muy débil. El
se dio cuenta, y afanado se sacudió brutal olvidando que en sus costillas
estaban los jovencitos. Fue tal la sacudida, que sus amigos volaron entre
tumbos en el pasto que les amortiguó el golpe.
El ave cayó en cuenta de lo que había hecho, y
corriendo a ayudarlos les dijo “Que pena muchachos, me olvidé de ustedes”. Ellos
voltearon a mirarlo, disgustados. Fresno contestó “Pierde fácil la memoria,
amigo, debe tener mas cuidado.
Cóndor no contestó. Agachó la cabeza y se sacudiò
mientras los jovencitos se quitaban la ropa para extenderla en el pasto.
Vieron las montañas elevándose para luego
descender y volver a subir con una línea de luz blanca y azul en sus siluetas.
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