“Increíble
dijo coyaima mirando el desaparecer de los peces en el aire quieto”. “Quiere
decir que si nadáramos en ésta laguna desapareceríamos?” “Con seguridad eso
pasaría”, dijo el ave.
Ahí se iluminó la llanura con luz dorada
porque subió el sol hasta la cima de una elevada montaña balanceándose a los
lados y hacia atrás como si no pudiera quedarse firme en un solo punto. Se vino
inesperadamente y rodó como una pelota descomunal sobre la llanura que se estremeció
por el peso pero sin quemarse.
Era gigante y extraña esa bola como un corazón
galáctico en palpitación continua.
Al sentirlo sobre ella, la tierra palpitó
fascinada. Sentía placer de que el estuviera encima porque sabía que con ese
contacto quedaba fecundada para seguir con la vida miles y miles de años mas.
Antes de pasar al pie de ellos, cóndor
comprobó que el astro era frío y su luz permanente. Esa esfera no era una bola de fuego con llamas
ordinarias, como decían los científicos.
Rodó el astro, veloz sobre la tierra. Daba
saltos y tumbos en los picos y los valles, en los abismos y nevados. Al llegar
a la llanura suavizó la carrera, pasando
frente a los viajeros que lo contemplaron incrédulos. Se quedó quieto un
instante para saltar luego a la laguna donde desapareció extrañamente.
Cóndor le aseguró a sus amigos, que ese astro
había viajado por el agujero negro para llegar sin demora a los campos cósmicos
que el dominaba.
No se recuperaban de semejante visión del sol,
cuando vieron una nube verde intensa, encima
de la laguna. Se movía formando figuras cambiantes, hasta que se transformó en
un caballo de cinco metros de largo y tres de alto que caminó y saltó en la
superficie lìquida sin hundirse; miró a su alrededor y de un salto elástico llegó
a la orilla. Ya en tierra volteó los ojos hasta donde estaban el cóndor y los
jóvenes con los que sabìa que había un pacto secreto. Estiró el cuello y
relinchó con sonidos bellamente musicales que se fueron por el valle incrustándose
en las moléculas del aire. Corrió velòz hasta el bosque metièndose entre los
árboles para comérselos como quien se come una hoja de pasto. De un solo mordisco
derribaba los árboles devorándolos con gusto incomparable. Se le notaba la
alegría por eso.
Era asombroso verlo comer árboles de cinco y
seis metros que seguro necesitaba urgente porque su estòmago estaba vacìo.
fresno no hacía sino mirarlo. Coyaima no hacía
sino mirarlo. Cóndor tampoco le quitaba los ojos.
Dejó una extensión del bosque limpia de
vegetación hasta que calmó el hambre. Eructó y se retiró a un prado cercano, donde
llegaban las sombras de las nubes.
Allá se recostó para hacer la digestión de
sesenta y ocho árboles muy grandes y cerró los ojos que tenían pestañas de
color azul brillante.
Comprendieron que el animal había llegado con
hambre. Claro, en el cielo la comida era poca y los árboles escasos, por eso aprovechaba
su visita terrenal para nutrirse y recuperar las fuerzas, pensó fresno.
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