lunes, 9 de marzo de 2015

UN CONDOR GENIAL 40 (La historia de uno de los ùltimos condores que nos quedan en los Andes Colombianos)




 “Increíble dijo coyaima mirando el desaparecer de los peces en el aire quieto”. “Quiere decir que si nadáramos en ésta laguna desapareceríamos?” “Con seguridad eso pasaría”, dijo el ave.

 

Ahí se iluminó la llanura con luz dorada porque subió el sol hasta la cima de una elevada montaña balanceándose a los lados y hacia atrás como si no pudiera quedarse firme en un solo punto. Se vino inesperadamente y rodó como una pelota descomunal sobre la llanura que se estremeció por el peso pero sin quemarse.

Era gigante y extraña esa bola como un corazón galáctico en palpitación continua.

Al sentirlo sobre ella, la tierra palpitó fascinada. Sentía placer de que el estuviera encima porque sabía que con ese contacto quedaba fecundada para seguir con la vida miles y miles de años mas.

Antes de pasar al pie de ellos, cóndor comprobó que el astro era frío y su luz permanente.  Esa esfera no era una bola de fuego con llamas ordinarias, como decían los científicos.

Rodó el astro, veloz sobre la tierra. Daba saltos y tumbos en los picos y los valles, en los abismos y nevados. Al llegar a la llanura suavizó  la carrera, pasando frente a los viajeros que lo contemplaron incrédulos. Se quedó quieto un instante para saltar luego a la laguna donde desapareció extrañamente.

Cóndor le aseguró a sus amigos, que ese astro había viajado por el agujero negro para llegar sin demora a los campos cósmicos que el dominaba.

No se recuperaban de semejante visión del sol, cuando vieron  una nube verde intensa, encima de la laguna. Se movía formando figuras cambiantes, hasta que se transformó en un caballo de cinco metros de largo y tres de alto que caminó y saltó en la superficie lìquida sin hundirse; miró a su alrededor y de un salto elástico llegó a la orilla. Ya en tierra volteó los ojos hasta donde estaban el cóndor y los jóvenes con los que sabìa que había un pacto secreto. Estiró el cuello y relinchó con sonidos bellamente musicales que se fueron por el valle incrustándose en las moléculas del aire. Corrió velòz hasta el bosque metièndose entre los árboles para comérselos como quien se come una hoja de pasto. De un solo mordisco derribaba los árboles devorándolos con gusto incomparable. Se le notaba la alegría por eso.

Era asombroso verlo comer árboles de cinco y seis metros que seguro necesitaba urgente porque su estòmago estaba vacìo.

fresno no hacía sino mirarlo. Coyaima no hacía sino mirarlo. Cóndor tampoco le quitaba los ojos.

Dejó una extensión del bosque limpia de vegetación hasta que calmó el hambre. Eructó y se retiró a un prado cercano, donde llegaban las sombras de las nubes.

Allá se recostó para hacer la digestión de sesenta y ocho árboles muy grandes y cerró los ojos que tenían pestañas de color azul brillante.

Comprendieron que el animal había llegado con hambre. Claro, en el cielo la comida era poca y los árboles escasos, por eso aprovechaba su visita terrenal para nutrirse y recuperar las fuerzas, pensó fresno.

 

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