domingo, 15 de marzo de 2015

UN CONDOR GENIAL 41 (La historia de uno de los ultimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos)




Comprendieron que el animal había llegado con hambre. Claro, en el cielo la comida era poca y los árboles escasos, por eso aprovechaba su visita terrenal para nutrirse y recuperar las fuerzas, pensó fresno.
Despacio fueron acercándose al animal. Decían entre ellos “Es un caballo gigante”. “Es el caballo del cielo”. “Si, es el caballo del agua y de las nubes”. “Es el caballo de sangre verde; la estatua lo dijo: “ cuando el sol ruede en las montañas, llegará el caballo de sangre verde que les revelarà el secreto”. “Si. Nos acercaremos con cuidado porque solo él sabe lo que debemos hacer para encontrar el tesoro”. “Vamos, saludémoslo dijo Eliseo. No lo dejemos solo”.
Llegaron a un metro de él, andando despacio para no asustarlo. Se quedaron quietos. El equino los miraba con pereza, no quería levantarse porque el estómago le pesaba como si tuviera leña por dentro.
Lo miraban tímidos pero fascinados mientras cóndor que se había quedado lejos, los miraba preocupado. Ya  empezaban a tocar al caballo y al ver que no se movia siguieron acariciándolo. Le manosearon las ancas, la cola larga de plumas parecidas a las de los faisanes; le palparon el cuello y se embelesaron con su crin también de plumas largas de colores. Le pasaron las manos por la frente de color blanco donde había otro ojo pequeño y que parpadeaba seguido como si le fastidiara el viento. Le tocaron las pestañas y  la quijada; le sintieron los belfos calientes como agua hirviendo y  se admiraron de sus cascos de cristal rojo. “Es bello. . .  cómo es de bello. Murmuraba Coyaima. “Tenemos que ser amigos de él”, dijo Fresno casi sin voz. “Son ciegos y tontos. Los mortales han perdido la visión, no comprenden el  regalo que los dioses les han hecho dándoles la tierra. Tienen velos en los ojos y sombras muy negras en el pecho, murmuraba el caballo mirando la llanura y las aves en su vuelo.
En diez minutos ya había confianza entre el caballo y los muchachos. Fresno le preguntó como era el lugar de donde venía. El animal movió los ojos con sospecha, miró las nubes y dijo “Es un sitio feliz, allá no falta nada porque no se necesita nada”.
Al mirarse, el cuadrúpedo entendió que el muchacho quería hacerle otra pregunta, le dijo: “Hable muchacho no tenga miedo porque a eso he venido, a traerles un mensaje”. “Ah, bueno. Que tenemos que hacer para encontrar el tesoro?”
El caballo se enderezó. “Son pocos los que se arriesgan a conseguir el tesoro y como veo que están dispuestos a todo para tenerlo, les diré. Deben seguir por la base de ésta serranía hacia el norte. Caminarán siete horas por el pié de los montes hasta que encuentren una montaña árida de vegetación espinosa y grandes piedras; no es muy alta, solo tiene doscientos metros. Arriba verán una boca grande por la que entrarán y bajarán hasta el fondo.
Ese es el volcán del Tolima
Ahí vivió un gran brujo Pijao setecientos años, hasta que lo llamaron a otros lugares para enseñarle cosas a la gente. Como se le prohibió llevar equipajes, dejó todo al cuidado de un viejo gigante servidor suyo que se quedó en las entrañas del volcán.
Tienen que encontrar a ese gigante y quitarle una llave que tiene amarrada en la muñeca de la mano izquierda. Buscarán un cofrecito en un agujero de la cueva donde duerme, lo abrirán con la llavecita, y sacarán el tesoro. 



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