Ese es el volcán
del Tolima
Ahí vivió un gran brujo
setecientos años, hasta que lo llamaron a otros lugares. Como se le prohibió
llevar equipajes, dejó todo al cuidado de un viejo gigante servidor suyo que se
quedó en las entrañas del volcán.
Tienen que
encontrar a ese gigante y quitarle una llave que tiene amarrada en la muñeca.
Buscarán un cofrecito en un agujero de la cueva donde duerme, lo abrirán con la
llavecita y sacarán el tesoro.
Si ustedes son los
señalados para encontrarlo, no tendrán dificultades. Ese tesoro está ahí hace
miles de años pero pocos han querido buscarlo. “Gracias caballo por decirnos
eso, murmuró Coyaima en las orejas del animal. Le acariciò el cuello y la crin
de plumas. “Gracias” dijo fresno acercándose para tocarlo también. “Gracias” le
gritó el cóndor desde donde estaba. Había escuchado la charla y se había puesto
feliz porque al fin llegarían a ese país.
Esa había sido la misión del equino de sangre
verde. Por eso ya de pié, se sacudió y relinchó llenando la llanura de música
otra vez. Caminó hasta la orilla de la laguna acompañado de los viajeros y
volteando a mirarlos, les dijo “Adiós. No se desanimen nunca”. “Adiós”
respondieron los amigos. “Que le vaya bien”.
Saltó al centro de la laguna quedándose un
momento suspendido en el espacio, para desaparecer después, tragado por el agujero
negro.
Quizás en èste mismo momento, ya estaba en sus
habitaciones cósmicas.
Jóvenes y cóndor quedaron con un vacío en los
huesos.
Cóndor calló. Coyaima respiró duro y Fresno
dijo “Ahora tenemos que seguir por la serranìa, pero caminando. Es decir que si
aprovechamos bien el día, estaremos llegando al volcán del tolima a las cinco
de la tarde. “Si”, dijo Coyaima. Arranquemos pues.
Cóndor dijo “Yo iré volando y miràndolos mientras caminan, así
exploraré las montañas para encontrar fácil ese volcán”. “Bueno. Váyase pues”.
Caminaron dos horas por la llanura, siempre por
el pié de las montañas. Ejercitaban los músculos otra vez y los pulmones que
sintieron libre y saludable. Sudaban y comían frutas. Cóndor iba a veinte o treinta metros, alto,
dando vueltas sobre ellos. Se adelantaba, volvía veloz, en descensos para
volverse a elevar, mientras sus amigos lo miraban contentos porque entendían
que el ave aprovechaba para jugar con el aire, con la luz y con las nubes.
En un rato llegaron a un bosque muy oscuro
cuando el calor era fuerte todavìa. Cóndor siempre encima, aplicó los ojos para
no perder a sus amigos.
Fresno y Coyaima caminaban alegres bajo el mar
de hojas. Escucharon los gritos asustados de los monos que les tiraban pepas y
semillas en un griterío alocado. Fresno se agachaba escondièndose detrás de los
troncos para protegerse. Coyaima los miraba y se reía imitàndoles los gritos.
Muchedumbres de pájaros gritaban asustados saliendo
de las ramas para volar a lugares mas tranquilos.
Una larga y gruesa culebra de color café-negro
pasó a un metro. Se paró levantando la porra y haciendo Ssssss. Sssss.
Sssss con la lengua amenazadora; ellos
retrocedieron lento, silenciosos, y ya retirados de aquel peligro, corrieron olvidados
de todo. Saltaron encima de los troncos,
entre los charcos y las piedras, hasta que se cansaron deteniéndose por fin en
un claro a donde bajaba la luz.
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