Una larga y gruesa culebra de color café-negro
pasó a un metro. Se paró levantando la porra y haciendo Ssssss. Sssss.
Sssss con la lengua amenazadora; ellos
retrocedieron lento, silenciosos, y ya retirados de aquel peligro, corrieron olvidados
de todo. Saltaron encima de los troncos,
entre los charcos y las piedras, hasta que se cansaron deteniéndose por fin en
un claro a donde bajaba la luz.
Por
aquí hay muchos peligros a los que tenemos que ponerles cuidado”. Dijo Fresno. “Usted
ve al cóndor?” preguntó Coyaima. “No, pero creo que debe estarnos mirando”.
Ochenta metros adelante vieron un fiero
rinoceronte. Se detuvo vigilante, grande y sólido junto a una roca milenaria que lo hacìa ver
mas feròz. Los miró desafiante con sus ojos como tizones encendidos y una de sus
patas en movimiento rastrillando la tierra. Coyaima sintió que el corazón le
palpitaba en auxilio. Las sienes de Fresno eran como ríos cayendo de altas
regiones mojando su cuerpo y el suelo. Un caos los poseyó desvaneciéndolos
feamente. Entonces quedaron paralizados, totalmente inmóviles, igual que esfinges
esperando el ataque de la bestia, que finalmente dio la vuelta por detrás de la
roca, siguiendo tranquilo, perdiéndose adentro entre el espeso ramaje como si
hubiera recibido una orden extrema.
Coyaima y Fresno apuraron el paso para salir pronto
de esa selva.
Según sus cálculos y la intensidad de la luz, todavía les esperaban unas tres horas de marcha. Entonces caminaron
confiando en que cóndor los estuviera sobrevolando. Era su compañía y su guía
aunque no lo vieran y a el se encomendaban para salvarse de cualquier peligro.
Una espesa alfombra de hojas muertas se hundía
debajo de sus pies. Aromas de troncos viejos, flores y excrementos se metían en
sus narices refrescándolos y alertàndolos. Veían animales desconocidos trepar
por los gruesos troncos, volar en un gran tráfico, otros olfateaban, se detenían
agazapados detrás de malezas, piedras y rocas para echarle el zarpazo a otro animal
desprevenido, y corrían a devorar la presa que ese día los calmaría de las hambres pasadas. Centenares
de bejucos los enredaban retardándolos en su salida.
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