Cóndor puso a Fresno en la hierba. “Las
dificultades nos fortalecen y nos vuelven guerreros”, dijo. “Terminaremos el
viaje al volcán del Tolima pero volando. A pié nos gastaríamos mucho tiempo. Por
aire solo quince minutos, de modo que repónganse y seguimos.
Se tendieron en la
hierba, Fresno se puso bocarriba estirando las piernas.
Con las manos
debajo de la nuca miraba el azul
infinito del espacio y las figuras que las nubes inventaban con el aire en lo
alto, y allà lejos al borde de la llanura.
coyaima recordaba
los cocodrilos feroces de la laguna, en la selva en la que hacìa poco habían
estado. Cerró los ojos viéndoles la boca llena de candela y los ojos también
con llamas rojas queriendo incendiar las aguas y la selva. Se movían taimados abalanzándose
sobre él, desgarrándolo y devorándolo en tres bocados solamente. Fue tal el
impacto de la visión que abrió los ojos asustado gritando “Vámonos, vámonos ya, yo quiero llegar ya al
volcán del Tolima.
Cóndor y Fresno se
miraron cómplices, comprendiendo que algo raro tenía Coyaima. Tenìan que estar
cuidadosos con el.
El ave sacudió las alas muy fuerte, bostezó largo
y perezoso y se inclinó poniendo el buche contra la tierra para que los
muchachos subieran a sus costillas. Ellos treparon colgándose de las plumas.
Caminaron sobre el
costillaje buscando sitios cómodos, ahuecàndose luego entre las costillas
sintiéndose finalmente bien entre las tibias plumas.
Voló rápido en el
aire transparente, limpio. Aguzó la vista para descubrir el volcán que con seguridad ya estaba cerca. No
olvidaba las palabras del caballo de sangre verde “vayan por el pié de los
montes hasta una montaña de doscientos metros, árida y a veces nevada, con
grandes piedras en las laderas. Seguro esa noche dormirían cerca del volcán y
madrugarían a entrar por la gran boca.
En quince minutos vieron
la montaña. Estaba nevada, con enormes rocas milenarias de colores blanco
grisáceos en las laderas. En la cima descubrieron una boca de cuarenta metros
de diámetro rodeada de piedras rojizas grandes. Parecìan piedras incandescentes
listas a explotar de calor.
Cóndor voló en
círculos, observando todo cuidadoso “Al
fin llegamos, este es el famoso nevado del Tolima”. “Si”, gritó Coyaima. “La
montaña no es que sea tan bonita”, dijo Fresno estirando la cabeza para mirar
el lugar donde se guardaba el tesoro. Asì hablando cosas, descendieron junto al
cráter planeando suave, en largos ángulos encima de las rocas y la nieve.
No esperó Fresno a que el ave terminara de
caer, cuando se paró entre las alas del
buitre para tirarse al suelo junto con Coyaima que también se alzó, deslizándose
luego agarrado de las plumas. Despues saltaron sobre un montón de lava de color
gris, cubierta de lama antigua
Como ya llegaba la noche, buscaron un lugar
para descansar, protegidos del sereno y de los bichos venenosos que seguramente
llegarìan.
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