No esperó Fresno a que el ave terminara de
caer, cuando se paró entre las alas del
buitre para tirarse al suelo junto con Coyaima que también se alzó, deslizándose
luego agarrado de las plumas. Despues saltaron sobre un montón de lava de color
gris, cubierta de lama antigua.
Como ya llegaba la noche, buscaron un lugar
para descansar, protegidos del sereno y de los bichos venenosos que seguramente
llegarìan. “Parece que valió el esfuerzo de venir, le dijo Coyaima a Fresno
mientras seguían saltando encima de la lava. “Todavía no digamos nada, contestó
el ave siguiéndolos cerca. Hasta no tener el tesoro con nosotros, no se puede decir
que valió el esfuerzo”. “Claro, siempre hay que llegar hasta el fin de las
cosas”, comentó Fresno. “Y de que se tratarà el tesoro?”. Preguntò Coyaima
tapándose las narices con su chaqueta porque el aire estaba muy frio. “Es algún
un cofre lleno de esmeraldas y diamantes. Seguro hay lingotes y monedas de oro también”,
contestó Fresno “No, no es eso porque el caballo nos dijo que era un cofrecito
pequeño y ahì no van a caber tantas cosas”. “Lo que pasa es que también hay
otra clase de tesoros” explicó el ave. “Podríamos encontrar la clave para
alargar la vida, para no envejecer. Ser poderosos y que se cumplan todos los
deseos. Hay que esperar a ver que pasa”.
“Y como será el gigante que vive alla abajo y del que nos hablò el caballo de
sangre verde?, será peligroso?” “Uy, me
da miedo pensar en el”. “No piensen mucho porque si lo hacen, sentirán temor. Solo
esperemos a que pase la noche y mañana entraremos. Las cosas pasarán y sabremos
que hacer”, recomendó el buitre recostándose en un lugar fresco por la hierba y
porque no había nieve allì. Acomodó la cabeza contra una roca cerrando los ojos, disponiéndose a dormir.
También Coyaima y Fresno
se acomodaron debajo del còndor, metiéndose entre las plumas, que les daban
calor. En poco tiempo les llegó un sueño profundo que les devolvería la confianza y la seguridad.
No llovió esa
noche.
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