También Coyaima y Fresno
se acomodaron debajo del còndor, metiéndose entre las plumas, que les daban
calor. En poco tiempo les llegó un sueño profundo que les devolvería la confianza y la seguridad.
No llovió esa
noche.
Tres pájaros
nocturnos gritaron a las dos de la mañana asustándose al ver a los aventureros invadiendo
sus regiones. Volaron entonces a todo empuje en medio de su escándalo que subiò
muy arriba en el espacio, espantando las nubes y haciendo que las luces de
muchas estrellas se apagaran.
Parecía que la
noche entera hubiera pasado en una hora. A las cinco ya era de día y la luz
despertó a los durmientes que recordaron inmediatamente su misión. Se
enderezaron y estiraron calentando los músculos. luego caminaron hasta el
cráter saltando encima de las milenarias piedras. Vieron que la larga y oscura garganta
era amplia en la superficie pero se reducía a los doce metros, cóndor dijo “
Como yo soy tan grande no quepo por ahí, les toca que bajar a ustedes solos”. “Si,
así parece”.
Quedaron confusos
frente a esa dificultad, porque tenían la
seguridad que irían los tres hasta el final del viaje. Viéndolos así cóndor les
dijo “La naturaleza les está dando la oportunidad de encontrar el tesoro. Siéntanse
afortunados por eso y empiecen a bajar para que aprovechen el día, yo mientras
tanto buscaré una cueva para practicar la fórmula que me dio el rey del viento.
Necesito recuperar mi fuerza y mis ganas de reír.
Fresno se puso de
pié y Coyaima lo siguió, diciéndole al ave “Hasta luego cóndor, bajaremos a las
entrañas del volcán pero nos encontraremos otra vez aquí. Usted nos espera o
nosotros lo esperamos, esa es la clave, adiós”. “Hasta luego contestó el ave.
Que les vaya bien. Las fuerzas del universo los protejeràn”.
Respiraron hondo
para encontrar fuerzas en ellos mismos y para estar tranquilos todo el tiempo.
Sin dudar, empezaron
a bajar por la garganta cubierta de lava y moho. Habían hongos pegados en las
paredes, y ciertas malezas espinosas de hojas gruesas y tallos resistentes los
trancaban en el descenso. A los siete
metros se perdieron del cóndor que estiraba la cabeza para mirarlos pero como
vio que ya no podía, por la oscuridad,
los caprichos y laberintos de la garganta, se retiró diciendo palabras secretas
que nadie llegó a saber jamàs, únicamente el universo pudo interpretarlas. Dobló
las patas y se impulsó a lo alto buscando una caverna amplia para hacer la
práctica dejada por el rey del viento. Pero primero conseguiría una totuma en
la parte baja de la montaña, subiría otra vez y la llenaría de nieve recogida
en las nubes. Bajaría y entraría a la caverna, para esperar a que la nieve se
derritiera naturalmente. La bebería concentrado, al lado de una fogata grande que
debía encender con anticipación para que el aire del oriente se calentara,
subiendo a otras bóvedas de la cueva.
Así encontraría la
fuerza y el poder.
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