viernes, 1 de mayo de 2015

UN CONDOR GENIAL 49 (La historia de uno de los ùltimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos)




También Coyaima y Fresno se acomodaron debajo del còndor, metiéndose entre las plumas, que les daban calor. En poco tiempo les llegó un sueño profundo que  les devolvería la confianza y la seguridad.
No llovió esa noche.
Tres pájaros nocturnos gritaron a las dos de la mañana asustándose al ver a los aventureros invadiendo sus regiones. Volaron entonces a todo empuje en medio de su escándalo que subiò muy arriba en el espacio, espantando las nubes y haciendo que las luces de muchas estrellas se apagaran.
Parecía que la noche entera hubiera pasado en una hora. A las cinco ya era de día y la luz despertó a los durmientes que recordaron inmediatamente su misión. Se enderezaron y estiraron calentando los músculos. luego caminaron hasta el cráter saltando encima de las milenarias piedras. Vieron que la larga y oscura garganta era amplia en la superficie pero se reducía a los doce metros, cóndor dijo “ Como yo soy tan grande no quepo por ahí, les toca que bajar a ustedes solos”. “Si, así parece”.
Quedaron confusos frente a esa dificultad,  porque tenían la seguridad que irían los tres hasta el final del viaje. Viéndolos así cóndor les dijo “La naturaleza les está dando la oportunidad de encontrar el tesoro. Siéntanse afortunados por eso y empiecen a bajar para que aprovechen el día, yo mientras tanto buscaré una cueva para practicar la fórmula que me dio el rey del viento. Necesito recuperar mi fuerza y mis ganas de reír.
Fresno se puso de pié y Coyaima lo siguió, diciéndole al ave “Hasta luego cóndor, bajaremos a las entrañas del volcán pero nos encontraremos otra vez aquí. Usted nos espera o nosotros lo esperamos, esa es la clave, adiós”. “Hasta luego contestó el ave. Que les vaya bien. Las fuerzas del universo los protejeràn”.
Respiraron hondo para encontrar fuerzas en ellos mismos y para estar tranquilos todo el tiempo.
Sin dudar, empezaron a bajar por la garganta cubierta de lava y moho. Habían hongos pegados en las paredes, y ciertas malezas espinosas de hojas gruesas y tallos resistentes los trancaban en el descenso.  A los siete metros se perdieron del cóndor que estiraba la cabeza para mirarlos pero como vio que ya no podía, por la oscuridad,  los caprichos y laberintos de la garganta, se retiró diciendo palabras secretas que nadie llegó a saber jamàs, únicamente el universo pudo interpretarlas. Dobló las patas y se impulsó a lo alto buscando una caverna amplia para hacer la práctica dejada por el rey del viento. Pero primero conseguiría una totuma en la parte baja de la montaña, subiría otra vez y la llenaría de nieve recogida en las nubes. Bajaría y entraría a la caverna, para esperar a que la nieve se derritiera naturalmente. La bebería concentrado, al lado de una fogata grande que debía encender con anticipación para que el aire del oriente se calentara, subiendo a otras bóvedas de la cueva.
Así encontraría la fuerza y el poder.

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