jueves, 7 de mayo de 2015

UN CONDOR GENIAL 50 (La historia de uno de los ùltimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos)












 Bajaría y entraría a la caverna, para esperar a que la nieve se derritiera naturalmente. La bebería concentrado, al lado de una fogata grande que debía encender con anticipación para que el aire del oriente se calentara, subiendo a otras bóvedas de la cueva.
Así encontraría la fuerza y el poder.

El descenso por la garganta del cráter era difícil por lo oscuro y variable del terreno. Pisaban piedras que fácilmente se safaban rodando locas y  veloces hasta el fondo, donde se enmudecìa el ruido.  Ellos también se resbalaban peligroso. Por eso era que iban lentos buscando sitios seguros para los pies y evitar una caída fatal.
Después de sesenta metros, se cogieron de las manos tanteando las paredes irregulares. Se quedaron quietos un rato acostumbrando los ojos a la oscuridad, caminaron otro trayecto entre grandes piedras y pantanos hasta ver una gruta pequeña iluminada con lánguida luz de color amarillo.
Hablaban bajito, escuchaban murciélagos volando asustados a sus grietas. Mas adentro las rocas eran húmedas, mohosas y muy lisas. Debajo se movían vichos venenosos con los que había que tener mucho cuidado. Gruesos goterones caían de las  bóvedas donde crecían largas agujas minerales de colores, alimentando charcos donde vivían escorpiones furiosos, tarántulas de pelos àcidos, cucarachas ciegas, escolopendras sin ojos.
 Caminaban cuidados encima de las piedras encarceladas desde miles de años. Saltaban aquí, allá, bajaban elásticos para subir otra vez. Se daban la mano para ayudarse mirando cautelosos los rincones. Doce metros adelante vieron el resplandor amarillo que habían observado desde lejos en una pequeña gruta. “Allá adentro está la luz" dijo Fresno en voz baja, "Caminemos silenciosos porque puede ser peligroso”. “Déme la mano”. Se cogieron fuerte caminando hasta la entrada de esa gruta, estirando la cabeza y asomándose con precaución. Vieron a un hombre milenario y grande tirado en la arena que allí había. Con seguridad dormía.  Su pecho se inflaba y desinflaba bajo el ritmo de su respiración. Roncaba incansable y sus ronquidos parecían truenos de estrellas en destrucciòn. De vez en cuando se estremecía como si tuviera un ataque de epilepsia pero seguía tranquilo en su roncar y en su sueño.

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