Bajaría y entraría a la caverna,
para esperar a que la nieve se derritiera naturalmente. La bebería concentrado,
al lado de una fogata grande que debía encender con anticipación para que el
aire del oriente se calentara, subiendo a otras bóvedas de la cueva.
Así encontraría la
fuerza y el poder.
El descenso por la
garganta del cráter era difícil por lo oscuro y variable del terreno. Pisaban piedras
que fácilmente se safaban rodando locas y
veloces hasta el fondo, donde se enmudecìa el ruido. Ellos también se resbalaban peligroso. Por eso
era que iban lentos buscando sitios seguros para los pies y evitar una caída
fatal.
Después de sesenta
metros, se cogieron de las manos tanteando las paredes irregulares. Se quedaron
quietos un rato acostumbrando los ojos a la oscuridad, caminaron otro trayecto
entre grandes piedras y pantanos hasta ver una gruta pequeña iluminada con lánguida
luz de color amarillo.
Hablaban bajito,
escuchaban murciélagos volando asustados a sus grietas. Mas adentro las rocas
eran húmedas, mohosas y muy lisas. Debajo se movían vichos venenosos con los
que había que tener mucho cuidado. Gruesos goterones caían de las bóvedas donde crecían largas agujas minerales
de colores, alimentando charcos donde vivían escorpiones furiosos, tarántulas de
pelos àcidos, cucarachas ciegas, escolopendras sin ojos.
Caminaban cuidados encima de las piedras
encarceladas desde miles de años. Saltaban aquí, allá, bajaban elásticos para subir
otra vez. Se daban la mano para ayudarse mirando cautelosos los rincones. Doce
metros adelante vieron el resplandor amarillo que habían observado desde lejos
en una pequeña gruta. “Allá adentro está la luz" dijo Fresno en voz baja,
"Caminemos silenciosos porque puede ser peligroso”. “Déme la mano”. Se cogieron
fuerte caminando hasta la entrada de esa gruta, estirando la cabeza y asomándose
con precaución. Vieron a un hombre milenario y grande tirado en la arena que
allí había. Con seguridad dormía. Su
pecho se inflaba y desinflaba bajo el ritmo de su respiración. Roncaba
incansable y sus ronquidos parecían truenos de estrellas en destrucciòn. De vez
en cuando se estremecía como si tuviera un ataque de epilepsia pero seguía
tranquilo en su roncar y en su sueño.
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