miércoles, 13 de mayo de 2015

UN CONDOR GENIAL 51 (La historia de uno de los ùltimos còndores que nos quedan en los Andes Colombianos)




Roncaba incansable y sus ronquidos parecían truenos de estrellas. De vez en cuando se estremecía como si tuviera un ataque de epilepsia pero seguía tranquilo en su roncar y en su sueño.
Un olor nauseabundo salía de allí en vapores envolventes, dañinos.
El hombre había dejado de bañarse desde cuando el antiguo habitante, el señor del poder y la riqueza abandonó ese volcán, años atrás.
Miles de insectos, arañas, gusanos, alacranes, cien pies, caminaban tranquilamente sobre él, atraídos por el olor putrefacto. Le andaban por el peludo pecho canoso, por el cuello, por el estòmago y las piernas, subiéndosele a los ojos donde se le comìan las lagañas, se detenían en las orejas lamiendo allí tambièn. Finalmente entraban golosos a su boca desdentada. El sacaba la lengua en medio de su sueño, y con un lambetazo prodigioso se comía montones de gusanos, babosas, arañas, lagartijas y pequeños sapos que estaban metidos allí, regodeándose con su nutritiva saliva.
La antorcha colgada de un hierro en el rincón de la cueva, lanzaba destellos ahumados, lacrimógenos. Olía a aceite quemado  colmando la cueva. Ya mas confiados, Coyaima y Fresno se asomaron con cautela, viendo totalmente al gigante en su extensiòn.
Tenía tres metros de alto y era grueso como un roble. Un ojo rojo y carnoso le colgaba fuera de la cuenca, de un tendón blanco que le palpitaba veinte veces por minuto y que el pracuraba mantener limpio de vichos y barro.
Una melena cenizosa, grasosa y enredada le cubría su joroba muy abultada que se le movía al impulso de la respiración y de cualquier movimiento; la barba larga de color blanco sucio le servía de blandura, de cama y de calor. Tenía los pantalones desgarrados en las piernas y en las nalgas, no se sabía de que color eran.
Sus pies callosos, picados por los animales, en ellos y en las manos se le habían formado garras parecidas a las de las aves de rapiña. El ojo bueno lo tenía lagañoso.
Su excremento se extendía en la arena entre las piedras y en los charcos, y no le importaba acostarse encima de ellos.
En general su piel era cuarteada, descolgada revelando una edad indefinida.



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