dejaron la urnita en
la arena y corrieron a la salida con el estuche en la mano.
Escalaron la
garganta en un instante sin reparar en dificultades. Fresno se precipitó al cóndor diciéndole “Ya lo tenemos, encontramos el tesoro”.
Se abrazaron muy
contentos. Cóndor abrió un ala felicitándolos. Gritaron enloquecidos por la
dicha y bajaron corriendo por la falda de la montaña hasta el pasto que estaba
tierno. “Somos poderosos somos poderosos”. “Somos dueños de todo”. “Valió el
esfuerzo que hicimos”.
Cóndor estaba
radiante.
Finalmente se miraron riendose alucinados,
realmente trastornados de alegría. Así duraron tres minutos hasta serenarse.
Fresno sacó el
estuche del bolsillo mostrándoselo al ave “Ese tesoro lo han perseguido millones de
personas. Nosotros somos los privilegiados al encontrarlo”, dijo cóndor
saltando alegre. A Fresno le temblaron las manos y las piernas; fue tanto el
nerviosismo que le diò, que el estuche se le cayó de pronto. Se agachó
recogiéndolo ràpidamente. Un sudor frío lo recorrió feamente de la coronilla a
los talones. Se estremeció por eso. Soltó el cordón mirando el interior, viendo
en el fondo un objeto brillante, traslúcido e inexplicable. La luz del universo
completo estaba en el, y palpitaba como un corazón iluminado. El objeto daba la
impresión de estar y no estar al mismo tiempo ahì. Las velocidades de sus
átomos confundían en un espacio infinito y limpio.
En ese instante
precisamente apareció el rey del viento a unos veinte metros de ellos.
Venía con una gran
sonrisa. Se desmontó de su trineo espacial y caminando muy contento, se unió a
ellos sin que se dieran cuenta. Los
saludó, sorprendiéndolos con su presencia y su voz, entonces ellos levantaron
la cabeza. “Es una alegría haberlos encontrado”, dijo.
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