A los dos o tres minutos de haberse venido del
volcán del Tolima, según dijeron después, vieron la ciudad del ruido despertándose
del sueño de la noche. La gente se levantaba y se alistaba para seguir en su
rutina de los dias. Los carros querían con su velocidad, ganarle la carrera al
tiempo.
Cóndor voló en círculos por la orilla de la
ciudad sin decidirse a bajar hasta que en la última vuelta se dejó caer en una
colina alejada de las avenidas y los edificios que eran como agujas tejiendo
nubes.
La maleza era baja allí y escasa, los árboles
respiraban humo, gases tòxicos. Atmòsfera envenenada
Cóndor aterrizó nervioso, la ciudad lo
asustaba como ninguna otra cosa. Presentìa la maldad humana contra el. Miraba
seguido abajo con un sentimiento de vacío y abandono. Coyaima y Fresno estaban
contentos porque volvían a la casa. Decían “Hemos llegado”. “Apenas está
amaneciendo”.
El rey dijo “Hemos conseguido el verdadero regalo.
El que dà el universo a aquellos que se arriesgan a visitar la ciudad del
tesoro”. “Si señor. Nosotros al fin comprendimos todo y sabemos que falta un
lenguaje para explicar exactamente eso” contestó Coyaima.
Se agacharon para
besarlo en las mejillas y decirle “Gracias por todo lo que ha hecho con
nosotros, rey”. “No lo olvidaremos aunque el tiempo pase persiguiendo la
destrucciòn”. “Otro día volveremos a vernos”.
Cóndor estaba callado.
Quien sabe que cosas pasaban por su mente
porque los ojos los tenía tristes, encharcados.
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