martes, 18 de agosto de 2015

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 2 (La historia de una criatura humana de ocho centìmetros)



Mientras tanto en la activa muchedumbre del hormiguero, los alupios caídos gritaban enloquecidos porque  miles de hormigas los atacaban ferozmente con su paralizante veneno en una arremetida inolvidable. Eran punzadas como flechas o lanzas, que les dormían la sangre y el cuerpo, poniéndolos  agonizantes en menos de un instante.
La batalla fue Mortal.
Multitudes de hormigas morían bajo el frenético pataleo de los alupios que las aplastaban sin respeto pero se iban debilitando a causa de la lucha.
Después de media hora entre dolorosas exclamaciones de dolor y debilidad, se doblaron al suelo cayendo sin aliento.  Todo quedó en silencio mientras en la superficie los otros alupios comentaban pasmados la desaparición de los doce “No se oye nada no se ve nada”.  “Quien sabe que les pasaría”. “ Bajamos a mirar?” “Como se le ocurre. Moriríamos allá”. “Será que los han matado? ya ha pasado mucho rato y es sospechosa esa quietud”. “Que hacemos?” “Hay que esperar”. “Ponga el oído en la tierra a ver si escucha algo”. “Bueno”.
Varios alupios se tendieron en tierra aplicando los oídos con gran concentraciòn. Tenían los ojillos muy abiertos y estaban nerviosos.
“Como hacemos para sacarlos?” “Alguno quiere bajar a ver que les pasó?  gritó uno que parecía el jefe.
Quedaron en silencio. Nadie se atrevía a ir al hueco porque era peligroso, sin embargo un alupio de piel roja levantó el brazo saltando entre la multitud, diciendo  “Yo voy pase lo que pase”. “Se irá solo?” Le preguntaron. “Pues si nadie me acompaña bajaré yo solo”.  Y Sin esperar, caminó abriéndose paso entre la asustada multitud de alupios que se apartaba a uno y otro lado para dejarlo cruzar.
Subió al borde de los orificios y  en una de las bocas se dejó caer de un salto.
La liviana tierra trabajada por las hormigas y los deshechos de las hojas muertas amortiguaron su caída.  Descendía poniendo los pies en las irregularidades, hasta que finalmente se perdió entre retorcidos laberintos y gruesas camas de pupas blanquecinas abandonadas transitoriamente por las hormigas.
Se demorò únicamente tres minutos en encontrar a sus amigos.
Ya eran bultos inertes cubiertos de insectos que los devoraban partícula a partícula. Otras hormigas llevaban la carne a sus despensas para los días de invierno y luna fría.
El alupio contempló los esqueletos de sus amigos y afanado, escaló la garganta con miedo pavoroso. Ni cuenta se dio a que horas llegó a la superficie. Después de un ratico notó que lo rodeaban miles de alupios preguntándole  “Que pasó entonces?” “Que vio?”. “Viene muy pálido”. “Y está tembloroso”. “Hable”. “No se quede callado”.

No podía hablar porque tenía la boca reseca y la lengua pegada al paladar. Algunos gritaron “Déjenlo, dèjenlo que se calme”.


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