Mientras tanto en la activa
muchedumbre del hormiguero, los alupios caídos gritaban enloquecidos porque miles de hormigas los atacaban ferozmente con
su paralizante veneno en una arremetida inolvidable. Eran punzadas como flechas
o lanzas, que les dormían la sangre y el cuerpo, poniéndolos agonizantes en menos de un instante.
La batalla fue Mortal.
Multitudes de hormigas
morían bajo el frenético pataleo de los alupios que las aplastaban sin respeto
pero se iban debilitando a causa de la lucha.
Después de media hora
entre dolorosas exclamaciones de dolor y debilidad, se doblaron al suelo
cayendo sin aliento. Todo quedó en
silencio mientras en la superficie los otros alupios comentaban pasmados la desaparición
de los doce “No se oye nada no se ve nada”.
“Quien sabe que les pasaría”. “ Bajamos a mirar?” “Como se le ocurre.
Moriríamos allá”. “Será que los han matado? ya ha pasado mucho rato y es
sospechosa esa quietud”. “Que hacemos?” “Hay que esperar”. “Ponga el oído en la
tierra a ver si escucha algo”. “Bueno”.
Varios
alupios se tendieron en tierra aplicando los oídos con gran concentraciòn.
Tenían los ojillos muy abiertos y estaban nerviosos.
“Como
hacemos para sacarlos?” “Alguno quiere bajar a ver que les pasó? gritó uno que parecía el jefe.
Quedaron
en silencio. Nadie se atrevía a ir al hueco porque era peligroso, sin embargo
un alupio de piel roja levantó el brazo saltando entre la multitud,
diciendo “Yo voy pase lo que pase”. “Se
irá solo?” Le preguntaron. “Pues si nadie me acompaña bajaré yo solo”. Y Sin esperar, caminó abriéndose paso entre
la asustada multitud de alupios que se apartaba a uno y otro lado para dejarlo
cruzar.
Subió
al borde de los orificios y en una de
las bocas se dejó caer de un salto.
La
liviana tierra trabajada por las hormigas y los deshechos de las hojas muertas
amortiguaron su caída. Descendía
poniendo los pies en las irregularidades, hasta que finalmente se perdió entre
retorcidos laberintos y gruesas camas de pupas blanquecinas abandonadas
transitoriamente por las hormigas.
Se
demorò únicamente tres minutos en encontrar a sus amigos.
Ya
eran bultos inertes cubiertos de insectos que los devoraban partícula a
partícula. Otras hormigas llevaban la carne a sus despensas para los días de
invierno y luna fría.
El
alupio contempló los esqueletos de sus amigos y afanado, escaló la garganta con
miedo pavoroso. Ni cuenta se dio a que horas llegó a la superficie. Después de
un ratico notó que lo rodeaban miles de alupios preguntándole “Que pasó entonces?” “Que vio?”. “Viene muy
pálido”. “Y está tembloroso”. “Hable”. “No se quede callado”.
No
podía hablar porque tenía la boca reseca y la lengua pegada al paladar. Algunos
gritaron “Déjenlo, dèjenlo que se calme”.
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