La piel de la cara y el
pecho era una suave alfombra en la que se tendían con los brazos abiertos o se
echaban de costado recibiendo el sol.
Después de dos horas que
para ellos fueron seis, se pusieron impacientes porque el joven no se movía. Quizás
estuviera enfermo de paràlisis o hubiera sufrido un ataque desconocido. Que
sería?
Entonces uno de los
alupios caminó por el cuello, trepó a la oreja izquierda y llegó a la mejilla,
se asomó a la boca mirando el abismo. Se agachó en los orificios de las narices
observando la oscuridad de allí, luego se tendió en la mandíbula inferior para
volver a levantarse pensativo y subir a los ojos, a uno de los cuales le
levantó el párpado con un dedo tembloroso. Se quedó mirando el color café de
aquel mar quieto y oscuro, y bajando otra vez el párpado caminó por las cejas
dejándose resbalar por las mejillas.
Seguramente el sueño y el
cansancio ya le habían pasado al gigante, quizás las travesuras de los alupios
lo despertaron por fin, porque el durmiente abrió los ojos expulsando de un
manotazo a ocho criaturas que como lagartijas desprevenidas cayeron al pasto.
Otro enjambre de alupios que estaba en el pecho, rodó al suelo cuando el joven
se incorporó, admirado de ver esas criaturas diminutas con forma humana.
Ahora si que quedaron de verdad
boquiabiertos tendidos en la hierba y sin
poder pararse. . .O no querían hacerlo por el miedo. Otros mas listos se
pusieron de pie con los ojillos asustados y los brazos agitados por la
sorpresa.
No atinaban a comprender lo
que había pasado. Andaron confundidos de aquí para allá y de allá para acá y al
ver la increíble magnitud del muchacho ahora sentado, quedaron sin palabras. No
huyeron porque el mágico atractivo del gigante los paralizaba.
El joven también estaba
atónito.
los observaba preguntándose
porqué aquellos seres tenían forma humana. Les alcanzaba a escuchar sus
vocecillas extrañándose de que tuvieran un lenguaje.
Despacio estiró el brazo
derecho cogiendo a tres que se habían quedado agarrados del tallo de una rama. Se
quedaron petrificados en las manos de Axo y el les sentía el temblor como pajaritos
en manos del cazador.
Los otros alupios no se
movían. Esperarían el tiempo que fuera para llevarse a los compañeros
retenidos. “Ustedes quienes son?” Preguntó Axo a las criaturas que tenía en
la palma de la mano.
Ninguno
contestó.
Entonces
puso a dos de ellos en el suelo quedándose con uno. Lo cogió entre sus dedos
índice y pulgar observándolo como quien mira un insecto o una babosa.
Era
del tamaño de una lagartija y parecía un juguete extremadamente inteligente.
Tenía
bigotes verdes que se alisaba seguido como si tuviera un tic de nervios. .Lo
guardaría en su bolsillo porque presentía que le daría suerte en el viaje a la
montaña. De seguro no sería un estorbo pensó Axo.
Ahora
lo cogió con delicadeza de la cintura escuchándole una voz vibrante como el
canto de un grillo “No nos haga nada. Somos alupios y queremos ser sus amigos”.
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