Axo sonrió.
“Lo
que pasa es que yo le puedo ayudar para que su viaje sea fácil. Conozco los misterios del mundo y de
lo que tiene, y así no tendrá problemas porque le diré todo para que nos vaya
bien”
Axo
pensò. “Esa criatura es porfiada”. . .quizás la naturaleza le tenía señalada
esa compañía de modo que volteó a mirar encima de su hombro donde hacía un
instante se había encaramado el alupio diciéndole “Vámonos entonces”. “Vamos
respondió Eres”
Segunda parte
Se
puso de pie.
Axo
miró que a lo lejos la montaña desaparecía en la bruma gris de las nueve de la
mañana.
Marchó ágil entre la maleza y las piedras;
casi no había camino porque los continuos aguaceros de esa región estimulaban
el rápido crecimiento del bosque. Usaba la espada para cortar las ramas que le
dificultaban el paso a la vez que se guiaba con la brújula, llevando su norte.
El
peso que cargaba era poco, lo indispensable para cruzar sin problemas sitios
difíciles y lugares desconocidos. Llevaba flechas y arco, una daga pequeña, una
mechera que le mantendría el fuego, una bolsa de cuero con agua y una pequeña
pistola neumática con dardos tranquilizantes para dormir a las bestias que de
pronto lo atacaran.
Iba
con botas de caucho que le llegaban hasta las rodillas y un ancla de
escalamiento. De seguro la necesitaría, de eso no tenía duda.
Lo
protegía una gruesa chaqueta de cuero. Además guardaba una tienda de campaña que
levantaría para pasar las noches abrigado del sereno, la lluvia y los animales
trasnochadores.
Eres
se instalò encima del morral. Ahí iba contento porque tenía espacio para estar còmodo
para ver la luz, el bosque y sentir el viento.
Sus
ojos eran de color café y sus naricillas casi no se notaban. Se vestía con un
arreglo de fibras entrecruzadas de hoja de palmera tropical y otras fibras
desconocidas. En las manos tenía dos dedos que parecían el índice y el pulgar
igual que todos los alupios. En ellos eso era genético.
Había
nacido de un huevo parecido al de una paloma. Ese huevo salió de su madre a la
que nunca conoció porque desapareció seis meses antes de que el viera el sol.
La había arrastrado una turbulenta corriente de aire frío que llegó del mar y
que la transportó finalmente a una playa donde vivían miles de caracoles
carnívoros que al verla desmayada le cayeron encima devorándola en seis
segundos.
El
huevo se empolló entre las piedras de una laguna brillante un poco mas allá de
los bosques y antes del desierto. Tuvieron que pasar dos años para que el huevo
se sazonara y reventara.
Un
día amaneciendo cuando la brisa empezaba a tibiarse y cuando los árboles
estiraban los brazos para desperezarse, la criatura se movió dentro de la
cáscara rompiéndola con un golpecito de su cabeza y permitiendo que la luz le
llegara a los ojos. Se asomó largo rato a los bordes de su huevo quedando
asombrado de tantas maravillas, y levantándose de un saltico corrió en el pasto
y sobre las raíces húmedas mientras las nubes dejaban caer un rocío que lo
lavaba suave mojándole las alas que desplegaba iguales a las de un colibrí.
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