En la
montaña hay cosas escondidas que quiero
descubrir”. “Usted es como raro”. “De pronto si. Papá me aseguraba que todas las
cosas tienen misterios. Decía que es mas bello, verdadero y fuerte lo que no se
ve. Por eso es que quiero conocer el enigma de la cumbre y la música de las
nubes” dijo Axo mirando la mole. “Claro en eso tiene razón, contestó Eres. Lo
invisible es lo que da la vida y lo que crea las cosas”.
Siete
leones rojos con espesa melena amarilla, cuernos de marfil parecidos a los
cuernos de los ciervos, y ojos que botaban candela de color azul, aparecieron
en el fondo de la llanura estirando sus cabezas, creciendo la mirada, con ganas
de ver a Axo y al alupio que ponían magia y paz en ese ambiente.
Vieron un venado de color verde estirando indiscreto la cabeza por
encima de las malezas, sin cuidarse del peligro, y sin dudar arrancaron a
perseguirlo entre las ramas y los arbustos del llano. En cinco minutos el
venado ya no resistía. Los músculos y los pulmones se le reventaban por el
esfuerzo de semejante huida. Sin darse cuenta sintió el terrible manotazo de
una de las fieras desgarrándole la piel y la carne. Cayó rendido entre algunas piedras, con los ojos
brotados y la respiración loca incapaz de defenderse. En cuatro segundos
llegaron los otros leones imponentes y siniestros. Le destrozaron el estómago
con las garras y los colmillos, peleándose entre rugidos sordos, los intestinos
y la menudencia. Tiraban de su carne de todos lados en una fiesta de ansia y
desenfreno. Devoraban insaciables y fieros como si nunca hubieran probado la carne
de un venado
En
pocos minutos solo quedaron los huesos frescos y blancos que las hormigas, los
gusanos y otros bichos se apresuraron a chupar larga y deliciosamente
participando de esa forma, en el inolvidable festín que se repetiría pronto en
otros alrededores.
Entre
semejante banquete, Axo había trepado a un árbol retorcido, no muy alto y de
pocas hojas Las ramas bajas le ayudaron
en la subida porque con un corto impulso se acomodó en la primera horqueta mirando
el festin.
Como
vio que el alupio había volado desde el morral hasta una rama cercana y que caminaba entre las hojas chupando frutos,
agarró también varios. Se comió seis y
guardó otros en el morral.
Preparó
la pistola y los dardos tranquilizantes por si acaso venìan los leones. En caso
de necesidad, los dormiría con certeros disparos.
Como
finalmente las fieras se fueron a retozar al otro lado de la meseta Axo bajó
del árbol recostándose en el pasto, poniendo la cabeza en el tallo. Había
caminado cuatro horas y estaba cansado. Por eso se quedó dormido pronto muy
profundo.
El
alupio voló desde las ramas hasta el muchacho, agitando las alas suave. Se
acercó suspendiéndose en el aire, viendo que su amigo tenía los ojos cerrados. Bajó en
un planeo silencioso quedàndose finalmente quieto junto a la cabeza del
muchacho.
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